Venganza Pendiente

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     Cuando el sol salió, Noam y Jeriko ya estaban caminando por las calles de Exis. El día era cálido y agradable. Los comerciantes comenzaban a sacar la mercancía: vinos, metales, panes y pasteles, frutas, pieles y telas. La noche anterior, Noam se había dormido temprano, cosa que era poco común en él. Pero desde que despertó ciertos pensamientos daban vueltas en su cabeza.

—Jeriko —le llamó—, nos hemos distraído aquí y olvidamos nuestra misión: buscar a Ikenor.

—No lo he olvidado, pero no estamos listos —respondió Jeriko—. Recuerda quién se lo llevó.

Noam lo recordaba. Lo recordaría hasta el día de su muerte: ese siniestro hombre pálido, con su armadura tan negra como un cuervo y esos ojos morados con su brillo sobrenatural. Un auténtico demonio en piel de hombre.

—Un ejército lo sigue —continuó Jeriko—. Eran miles... Nosotros solo somos dos. Tres, si contamos a Koru.

—Necesitamos conseguir información sobre esos desgraciados —replicó Noam—. Y algo que los pueda matar. Escuché que hay un cazador de tesoros por aquí; podríamos preguntarle... Si no me equivoco, es en aquella casa, su tienda está al lado.

—¿Un cazador de tesoros? —inquirió Jeriko—. Ah, ahora que lo mencionas, creo que Kyuko lo mencionó una vez. Hace varios años, vino a Exis. Creo que su nombre era Dylan.

—Sé que te parecerá una locura, viniendo de mí —dijo Noam—. Pero si ese hombre tenía poderes sobrenaturales; la única forma de estar a su nivel será con otros poderes.

A Jeriko no le parecía una locura. Sabía que a Noam no le gustaban las leyendas, pero si sus enemigos tenían poderes, estaban en completa desventaja.

Siguiendo indicaciones llegaron a la tienda del cazador de tesoros. Era una edificación de dos pisos, muy ornamentada y resaltante. Junto a la puerta, a modo de guardias, había dos grifos metálicos, y el marco de la puerta tenía talladuras en forma de flores.

—¿Tocamos la puerta? —preguntó Noam.

Pero no esperó que Jeriko respondiera, sino que la derribó con una poderosa patada. Un hombre bajó del segundo piso por las escaleras, corriendo y tropezando. Era delgado, el cabello marrón rizado le llegaba a la mitad de la espalda. Sus ojos eran cafés y vestía una casaca ancha de color rojo con bordados blancos, al igual que su pantalón. Llevaba botas negras y adornaba sus orejas con aretes de oro. Parecía molesto, aunque no era para menos si alguien había derribado su puerta.

—¡¿Qué demonios les pasa?! —chilló el hombre.

—¿Eres Dylan —le preguntó Jeriko, entrando en la casa—, el cazador de tesoros?

—Sí —respondió el hombre—, ¿puedo ofrecerles algo? ¿Una copa de vino, frutas..., una patada en la entrepierna tal vez? ¿O vienen a comprar mis antigüedades y tesoros?

—Soy Noam —dijo mientras entraba—, y él es Jeriko. Estoy buscando información sobre alguien. Y quiero un arma.

—Quieres armas, ve a una forja —replicó Dylan, notablemente molesto—. Yo vendo antigüedades y tesoros. Soy un cazador de tesoros, no un herrero.

—Pero lo que buscamos no lo conseguiremos en una simple forja —dijo Noam—. También necesito información sobre un grupo de mercenarios. —Tomó un jarrón que había sobre una mesa—. ¿Recuerdas a Kyuko?

—¿Kyuko? — Dylan conocía el nombre. Recordó a un fuerte mercenario que hizo negocios turbios con él—. Hace mucho que no lo veo. La última vez amenazó con matarme si no le daba un hacha que me costó dos meses encontrar. Tenía un filo con el que te podías afeitar, y la cabeza estaba hecha de un acero increíble: ligero como la madera pero casi indestructible.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora