Monstruo

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     La naturaleza a veces podía ser excesivamente generosa.

Noam, Jeriko y Aimer no tuvieron que alejarse mucho de la torre abandonada para encontrar un arbusto de bayas silvestres. Aimer sugirió que podían ser venenosas, en el Bosque de los Monstruos hasta una colorida flor que luciera hermosa en la oreja de una dama podía resultar tan tóxica que un simple roce sería mortal. Para asegurarse que las bayas no eran venenosas, Noam tomó un puñado y las metió en su boca. Las masticó estrepitosamente y se quedó esperando por un rato; no se le adormeció la lengua, ni se le paralizó el cuerpo, ni se le revolvieron las entrañas. Supo que estaría bien. «Está completamente loco», pensó Aimer después de ver cómo se zampaba las bayas sin saber si lo matarían.

Las bayas ácidas no fueron la única comida. Noam y Jeriko caminaron por los alrededores de la zona en busca de más comida; adentrándose media legua en el bosque encontró setas comestibles e incluso sacó a un topo de su madriguera. Aunque era pequeño, seguía siendo comida.

Jeriko recolectó ramitas y armó una pequeña fogata fuera de la torre; pincharon con ramas las setas que Noam recolectó y las cocinaron. Noam también desolló al topo y lo asó.

—¿Quieres el topo? —le preguntó a Aimer.

—No, gracias —respondió ella—. Estoy bien con las setas. —Aunque se sentía un poco extraña comiendo con las manos.

Noam se encogió de hombros, se metió el topo en la boca y lo masticó con todo y huesos.

Comieron pequeñas raciones para que la comida les durara por lo menos dos días más. Esa noche, Noam tomó la primera guardia. Aimer no se sentía tan segura durmiendo en esa vieja torre; era tan antigua que parecía que con un viento fuerte se derrumbaría; además, tenía muchas telarañas. Aimer odiaba las arañas. Y lo único que los separaba del exterior era una puerta de madera podrida. Soñó que los hombres de armaduras negras la derribaban y entraban a matarlos a todos. Despertó llorando y bañada en sudor a la mitad de la noche. Jeriko estaba dormido con los brazos detrás de su cabeza, y Noam estaba afuera lanzando tajos al aire con su espada.

«Él también tiene problemas para dormir», pensó. En el último día había observado de cerca a los hermanos mercenarios. Quería conocerlos mejor. Notó que Jeriko era cortés y reservado; Noam, por el contrario, era brusco, malhumorado e impetuoso. A pesar de ser tan diferentes, se llevaban bien.

Aimer se quedó observando a Noam por un rato más. El joven lanzaba estocadas y tajos con tanta fuerza que sus brazos temblaban cuando se detenía. « ¿Podría derrotar a sir Brynton?», se preguntó la rubia. Había visto al duro caballero pelear en torneos y no tenía rival. Pero, a pesar de su juventud, Noam se veía muy fuerte. «Es un mercenario —se recordó—. Seguramente ha peleado en muchas batallas».

Se quedó observándolo hasta que los párpados le pesaron de nuevo y volvió a dormirse.

***

Pasaron dos días y dos noches. Y la comida se acabó.

—Hay que volver a buscar provisiones —dijo Jeriko—. Hemos estado varios días por aquí. Las presas no se acercarán. Habrá que adentrarnos en el bosque. —Miró a Aimer—. Puede ser peligroso.

—Iré —se apresuró a decir Aimer—. La verdad... no quiero quedarme sola.

Jeriko asintió. Entendía que Aimer no quisiera estar sola; debía seguir muy asustada por todo lo que había pasado en Gerakia.

Noam estaba dormido hecho un ovillo. Pasaba el mediodía, y seguía durmiendo. Él sufría desórdenes de sueño; podía dormir mucho o pasar la noche en vela. Jeriko se acercó a él.

Cuentos de Princesas y Mercenarios [IronSword / 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora