• 7 || Secuestro ||

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Cuando me levanté al día siguiente, no sabía bien que pensar. La noche de ayer había sido extraña, demasiado  si me lo preguntas. Ahora mis ideas estaban tan revueltas que no sabía muy bien que pensar, y aún peor, que sentir.

La dama de rojo se suponía que era una asesina, una demente que había perdido el razonamiento de lo que era el bien y el mal, su cabeza estaba infectada con un virus letal que acabaría con todo a sus paso. Pero el día anterior, había visto cosas que pensé que nunca vería. Podía haberla dejado ahogarse, claro. Pero algo no me lo permitió, y lo único que se me ocurría como explicación era que ella estaba sufriendo lo mismo que yo.

Yo entendía muy bien el como se sentía que tu propia mente, tu propia cabeza  y pensamientos se volvieran contra ti y fueran a parar a tus pulmones. Yo entendía el concepto de ataque de pánico casi a la perfección y suponía, por la gravedad del episodio de ayer, que ella también.

Así que en este punto de la historia me gustaría divagar: la dama de rojo en un principio había sido una asesina en serie, con la sangre tan fría que no le tembló para matar inocentes, pero tiempo después—demasiado a mi parecer—saca unos expedientes y archivos que demuestran que sus víctimas no eran del todo inocentes; que entre ellos habían violadores, atracadores, acosadores, maltratadores, asesinos, corruptos, entre otros delitos menores. Todavía quedaba gente sin un solo crimen denunciado o que figuraba en sus registros, pero la mayoría de las víctimas parecían ser unos hijos de puta. No más que ella, claro está, pero eran eso al fin y al cabo. Ahora, en este espacio en la línea del relato, la dama de rojo demostraba tener una debilidad: los espacios cerrados, cosa que le aterraba de una manera tal que prefería morir a estar en uno de ellos.

Teniendo las ideas un poco más organizadas ¿Cómo era la dama de rojo? ¿Una justiciera? ¿Una psicópata? ¿Un poco de ambas? Me reclinaba más a la tercera opción, y si estábamos lidiando con eso, podría ser muy peligroso.

Mi mañana anduvo normal. Tomé café, revisé un mapa de las catacumbas un poco antigüo, el cual estaba investigando para examinar si habían otros pasillos o pasadizos que desembocaran desde el corredor que encontramos con el crucifijo. Había unos cuantos cruces y divisiones pero no se extendía mucho, lo cual nos dejaba un terreno más limpio sobre el cual trabajar.

Fuí hasta la oficina de Luka, la cual siempre era un desastre completo. Pasé un montón de papeles y llegué hasta su silla giratoria, ubicada frente a su escritorio y un computador de mesa donde se reproducían unos vídeos, aunque lo que salía en los altavoces era Bad liar de Imagine Dragons.

—Hola, Luka.

—¿Qué hay, Ken?—me saludó con los ojos puestos en la pantalla.

—Nada—respondí sin ánimo, meneando el último sorbo de café que quedaba en la taza.

—Pues yo sí que tengo algo. O por lo menos el comienzo de algo—mencionó y separó un poco del ordenador para dejarme ver lo que se proyectaba.

No era mucho siendo sincero, solo una calle vacía, oscura como cabría de esperarse a las dos de la mañana. No había audio, así que no sabíamos si las ratas pasaban cerca de la basura o si el viento soplaba con fuerza. No pasaba nada absolutamente nada, justo como era toda París cuando llegaba el toque de queda.

—¿Y esto es...?

—Es una de las calles donde desemboca una catacumba—relató lento, hoy no parecía irradiar una alegría o energía como solía hacerlo, así que se lo preguntaría luego—Te dije que averiguaría en que parte de la ciudad salían las catacumbas que se conectaba con la encontramos, y este unos de los lugares. Un callejón, lo que me parece raro es que aquí haya una catacumbas y nadie sepa, podrían pasar droga u ocultarla, tal vez hasta armas. Pero no pasa nada.

La Dama De RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora