• 16 || Epílogo ||

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—¿Cómo te sientes?

—¿Enserio debo responder?

—Si quieres salir de aquí en algún momento, sí.

—Saldré de aquí, pero muerto.

—Eso lo veremos.

—♥—

La taza de café hacía señas para ser vista y tal vez—sí Adrien así lo quería—tomada. Ya aquel líquido parecía no ayudarle en nada, lo sentía amargo, insoportable y mortal.

Miró por la ventana de su apartamento aunque ya no lo consideraba suyo. Su hogar había estado en norteamérica y también se había ido a la tumba. Miraba a todas partes sin motivo, una creciente barba clara empezaba a tomar forma alrededor de su rostro y hasta algunas veces se olvidaba de comer.

La casa la sentía fría a pesar de que todo París estaba fresco y vivo, recibiendo la primavera de una cálida manera, pero ¿Debía alegrarse por eso? Desde que ella se había ido el tiempo había perdido el sentido; no sabía si había pasado un mes, un año o un día de su partida, las estaciones se sentirían todas como el crudo invierno y su corazón no tendría el placer de sanar.

Se levantó, tomó la taza que le sonreía a la distancia y la vació en el lavaplatos, sin poder ver aquel líquido con la emoción y tranquilidad de antes. Él ni siquiera había pedido café, había sido un regalo de Kagami.

Sabía que Kagami lo visitaba casi todos los días pero nunca hablaban de nada, Adrien estaba en su mundo y ni a su presencia prestaba atención. Nunca la miraba a los ojos y ella no sabía si eso era mejor o peor que ver aquellas esmeraldas sin brillo.

Había pasado cuatro día desde su sentencia y en realidad ni siquiera sentía que habían pasado, tampoco recordaba del todo bien su castigo. Sabía que tendría que pagar un año de arresto domiciliario después de ser sometido a pruebas psicológicas para determinar su estado mental, por lo que en esos momentos estaba libre.

Pasaron tres días desde que empezaron los exámenes y después de ellos se dijo que no desaprovecharía ni un segundo más; se comunicó con la gente correcta para el trabajo y sacó un poco de las grandes cantidades de dinero que le fueron devueltas. Ocultó su secreto con cuidado e hizo pensar que todo estaba bien, que su estado era el mismo y que las pruebas seguían con normalidad. Algún paso en falso o sospecha alguna y todo se iría por el desagüe.

Decidido por fin a acabar con todo sacó cuatro kilos de esplosivos y los guardó con cuidado en una mochila, la dejó en un rincón y se vistió con la misma ropa con la que había partido de París junto con su amada. Tomó las llaves de su auto, guardó su teléfono, metió una caja de fósforos en su bolsillo dejando uno por fuera y dió una última mirada al apartamento.

El olor de la gasolina inyectó sus fosas nasales y se dijo que tenía que hacerlo rápido antes de que algún vecino metiche alertara antes a la policía. Encendió el fósforo que tenía por fuera y lo dejó caer para posteriormente salir corriendo y bajar las escaleras. Su piel estaba totalmente sudada y sentía que cada escalón que bajaba era una persona más que se daba cuenta de lo que ocurría, de lo que pensaba hacer.

Salió por la puerta trasera del edificio y miró hacia su antiguo hogar; las cortinas se consumían con voracidad y el humo empezaba a acumularse en la estancia, negro cual carbón. Todavía no se escuchaban gritos pero no se quedaría ahí cuando empezaran a retumbar en el edificio, por lo que con los objetivos claros, Adrien Agreste salió para visitar a su amada.

—♥—

Adrien Agreste

La Dama De RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora