El lobo

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El atardecer llegaba al bosque de Cherkot, donde un hombre fornido con varias cicatrices en los brazos cortaba madera con su hacha, un pequeño niño rubio de ocho años lo miraba atento, sabía muy bien que su padre le brindaba la información, la postura y la precisión, pronto tendría que hacerlo. El leñador sentía el frío aire, un recordatorio del duro invierno por venir, debía preparar a su familia para entonces.

—Mañana cortarás la leña Wilmore, pero no quiero que olvides ir a cazar —su tono era severo, pero sus ojos castaños le miraban con afecto.

—Sí lo haré, me verás traer varios conejos! —el niño sujeto su arco con emoción.

—Los esperaré con ansias —miro a los alrededores y continuó— ¿Viste si tú hermano Diago llevo a pastar a las cabras?

—Sí, lo ví hace un rato.

—Espero no tarde, la noche llama a los peligros menos esperados — musitó con una mirada preocupada.

Llevaron la madera a su granja constituida por una amplia cabaña, dos corrales y un granero, una niña de la misma edad de Wilmore metía a los cerdos a su corral.

—Muy bien Greta, has llevado a todos los animales —felicito su padre.

—Sí Pá —le respondió la alegre niña rubia.

Una mujer salió de la casa de madera con un gesto molesto, con su rubio cabello amarrado en trenza y su vestido verde, esperaba a su marido.

—Te tardaste mucho Greg — reprochó, su esposo fue hasta ella.

—Tenia que enseñarle a Wil como cortar madera, mañana iré al pueblo para vender las pieles, me llevará casi todo el día, aún llevando a Lewis.

Un joven rubio de unos diecisiete años salió del corral con varios huevos, había heredado la altura de su padre, se trataba del mayor de los hijos de Gregor y Elina.

—¿Aún no llega Diago? A este paso lo atrapará la noche —dijo Lewis preocupado.

—Trae tu arma Lewis, buscaremos a tu hermano —no podía ignorar más la situación, su hijo y el valioso rebaño ya deberían haber vuelto, algo no estaba bien.

—¡Yo también iré! —el joven Wilmore se ofreció con su arco en manos.

—No, tu cuidarás de tu madre y tu hermana, solo tú puedes hacerlo — tocó su hombro, el chico asintió con la cabeza.

—Lo haré, confía en mí — sentía una rara combinación de sentimientos, ansiedad, orgullo y miedo, pero no por él, sino por su padre y hermanos.

Lewis tomo su lanza y su padre llevó el hacha, junto a una antorcha, no permitiriá que la oscuridad de la noche los detuviera. Así padre e hijo se adentraron en el bosque ante la puesta del sol, allí pudieron ver las huellas de Diago y el rebaño, pero también encontraron las pisadas de los lobos.

—¡Debemos apurarnos!

Una persecución incesante se daba en el bosque, se trataba de Diago, un preadolescente rubio, corría con una espada en su mano, a su lado solo restaban un par de cabras, el resto se separaron y posiblemente habían sido devoradas por la jauría de lobos, aún a sus espaldas lo seguían dos.

—¡Malditos nunca los pude ver! —gritaba desesperado el chico.

El aroma fresco de los árboles parecía ser lo último que olería Diago, los pasos veloces de los lobos se escuchaban más y más cerca.

—¡Mamá! Perdóname por la tristeza que te daré… —su lamento le hizo llorar.

—Mira qué lástima de tipo… los lobos me comerán —apretaba la vista resignado a su fatídico final.

Un fuego se encendió en el pecho del joven, sus piernas se negaban a seguir, su cuerpo le pedía pelear aún a sabiendas de su final.

—¡Soy hijo de Gregor de Meria! ¡Solo puedo morir en combate! —las cabras lo dejaron atrás y Diago se dispuso a encarar a los hambrientos lobos.

Sin fijarse atacó el joven Diago, pero su espada no alcanzó a su enemigo, este apenas se disponía a lanzarsele, sin forma de pararlo fue derribado por el lobo, lo sujetó del cuello intentando alejarlo de su garganta, había visto cómo estás bestias atacaban y no deseaba acabar de esa forma. La fuerza del animal menguaba la resistencia de Diago, podía oler su aliento, dominado por un predominante hedor a sangre, sus grandes colmillos ansiaban la carne del joven, sus brazos caían, el lobo podía ver el final de este encuentro, pero el can dio un alarido retirándose de encima de Diago, era su padre, Lewis amarraba a las cabras a un árbol.

—¿Estás bien? —fue lo primero que escucho Diago, oír la voz de su padre lo hizo feliz, había creído  que nunca más podría escucharla de nuevo.

—Sí, pude aguantar, pero el bosque está repleto de lobos —advertía Diago.

—Lewis cuida de tu hermano —sin mirar a su familia se dirigió hasta donde estaban las bestias.

El lobo herido retrocedió pero su pata delantera izquierda parecía no reaccionar, el otro lobo gruñó, parecía guardarle rencor al humano por dañar a su compañero, ambos se miraron caminando en círculo, sin dejar de mirarse a los ojos, parecía una danza para la muerte, entonces el lobo se arrojó contra el humano,su brazo fue mordido por las fauces de la bestia, era un fuerte dolor pero era necesario.

—¡Papá! —Diago miraba con temor el ataque del lobo gris, Lewis vigilaba los alrededores sabía que aún había amenazas.

Gregor levantó su brazo, exponiendo el vientre de su atacante, su hacha rogaba por sangre y con un limpió tajo desparramó las vísceras del animal, el lobo soltó el brazo cayendo al suelo, su ejecutor lo miro indiferente, descargando su hacha en el cráneo acabando con su vida. Con una fría mirada observo al otro lobo malherido pero el animal escapó.

—¡Padre! ¿Estás bien? —Diago miró impresionado la herida.

—No es nada hijo, ahora vamos antes que regresen los lobos con su manada —así volvieron los tres a casa con las dos últimas cabras.

En aquel páramo el cadáver quedó atrás, hasta que el lobo herido y seis más llegaron, ellos miraron tristes a su compañero y juntos aullaron a la luna, en son a su perdida, en son a su dolor, en son de venganza.

SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora