Sin Piedad

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El arma se dirigía contra Shawn, el estaba desprevenido, todo parecía lento en ese momento, miro la insensible lanza que se aproximaba, luego observó la pálida nieve que mataba lentamente a los pueblerinos de Cherkot.

—Tal vez sea mejor así — contemplaba Shawn sus opciones — vivir un poco más ¿Para que? ¿Morir de hambre? ¿Ser brutalmente asesinado por la bestia?

Su cansada mirada llegó al cielo, pareció encontrar paz en el cielo tapizado de nubes.

—Seria mejor ver a mi hijo, lo extraño tanto… — sus ojos se humedecieron, realmente se había dado por vencido.

La punta de la lanza se abrió paso por la liguera armadura que portaba Shawn, su costado era la parte menos protegida y era el sitio donde Jeff atacó.

—Libérame de este recipiente, deja que Nihil me devoré — la punta del arma toco su piel.

Un fuerte crujido  impacto a todos los presentes, Diago rompió la punta de la lanza, salvando la vida de Shawn, Jeff se molesto ante la intervención, se preparó para atacarlo con sus propias manos, pero antes de poner un dedo encima del joven, Isaac inesperadamente arremetió contra Jeff con un puñetazo en el rostro, sin remedio cayó al suelo, allí vio como varios pueblerinos se atacaban entre si, irrumpían en las casas en una búsqueda infructífera por encontrar a los convertidos.

—¡Estúpido! ¡Mira el caos! ¡La desesperación está consumiendo al pueblo en su totalidad! ¡Y tú! ¡¡Tú!! — se acercaba a Jeff meneando su espada hacia él, Jeff se arrastraba hacia atrás sin quitarle la vista de encima — ¡¡Buscas el control de esté decadente pueblo!!

—¡Si nuestro pueblo está en estás condiciones es por culpa de ellos! — apunto a Diago y Shawn, el primero ayudaba a levantar al otro.

Sin reparo Isaac le cortó el dedo con su espada, los tres presentes estaban sorprendidos de tal acción.

—Esos niños pagarán reparando el daño, si mueren no nos serán de ayuda alguna contra el licántropo, todo lo contrario, nos condenaremos — hablaba fríamente, estaba muy consiente de la situación — no seas un estúpido, incluso está masacre es necesaria, es triste, pero cierto.

Jeff colocaba un puño de nieve sobre dónde solía estar su dedo, algunas espadas se astillaban al poco de usarlas, perdiendo su revestimiento de plata, otras armas como las lanzas lograban identificar a los convertidos, al ser heridos sus venas saltaban, incluso sangraban de un tono negruzco, la nieve recibía gustosa la sangre y la carne mutilada de la atroz matanza, Diago se quedó pálido ante tal salvajismo, hombres matando familias, niños, mujeres y bebes eran asesinados sin remordimientos, el joven se hiperventilaba sus nervios estaban al límite, pero se calmo al percatarse que sus hermanos estaban solos en la cabaña. Sin avisar salió corriendo en búsqueda de su familia, ellos eran lo único que le quedaba al magullado chico, tenía que protegerlos, nada era más importante.

—¡Manténganse a salvo! ¡Por favor! ¡Vivan! — suplicaba un muy angustiado Diago, su helada mano apretaba el mango de su espada.

Los convertidos se mostraron al ver cómo todos los pocos hombres les buscaban sin parar, ellos combatía con sus manos desnudas, sus uñas crecían anormalmente siendo cuchillas, su cabello también incremento, a algunos les sobre salían los colmillos, incluso otros les cambiaron su tono de iris por un color ámbar, la fuerza de estos convertidos era superior a la de las personas normales, arrojaban con facilidad a sus atacantes, pero al no estar completamente consumidos por la maldición todo daño recibido por armas convencionales les hería sin una posible recuperación, las hachas caían sobre uno de los potenciales monstruos, atacó a su enemigo intentando salvar su vida, destrozó el cráneo del pueblerino de un zarpazo, rápidamente su acto llamo la atención de más personas enfurecida, le rodearon con lanzas, tridentes y hachas.

—¡Basta! ¡Déjenme! ¡No quiero morir! — miraba asustado el hombre maldito, todos a su alrededor no parecían tener intensión de dejarle libre, querían matar, querían desquitar su frustración, su enojo de la intensa hambre que sentían — ¡Conviértanse! ¡Así podremos sobrevivir a este cruel invierno!

La propuesta hizo dudar de su acción a la turba enfurecida, los murmullos no se hicieron esperar, un aire de alivio llegó al convertido.

—¡No! ¡No lo haremos! ¡Estás bestias mataron a mi hijo! ¡Mi hija pequeña murió ayer de hambre! ¡Ustedes no son la solución! ¡Son el problema! — gritaba un hombre de entre el tumulto, sus sentimientos se transmitió al resto.

Se acercaban con el claro deseo de matarlo, el sabía que podía matar a seis personas, más no a toda la gente que le rodeaba.

—¡No por favor! ¡No lo hagan! ¡No se dan cuenta que no existe comida alguna en el bosque! — la muchedumbre solo se impacientaba al oírlo.

Las lanzas salieron de entre la gente, evito los golpes letales, sin embargo dos atravesaron sus hombros, sin respiro las hachas continuaron, sus piernas eran continuamente dañadas por las incesantes hachas, en pocos golpes su pierna izquierda fue removida, la enseguida le siguió la derecha, sin compasión varios furioso pueblerinos descargaron sus hachas en el cráneo del hombre convertido, solo quedó una masa de carne palpitante.

—¡¡Todos se han vuelto locos!! — su temor solo crecía más al ver en su camino los actos despiadados de la gente.

Hombres sacaban a rastras a familias de sus casas para ejecutarlos, sus armas goteaban sangre, pero parecían estar insaciables de más, las súplicas de la familia parecían caer en oídos sordos, sus captores solo sonreían con morbo, Diago solo seguía corriendo, pese oír como le suplicaba por sus vidas.

—¡Ayuda a mis hijas te lo ruego! ¡Solo salva… — su voz callo de tajo al ser decapitada, siguiendo el turno de las pequeñas.

Tristemente para el joven su rogar solo era su combustible para apurarse, no deseaba que su familia acabará de la misma forma, con lágrimas en los ojos, pero su determinación bien definida continuó, dejando atrás los gritos de auxilio, los llantos de los pequeños y el horrible crujido de los huesos al romperse.

Wilmore observaba por la ventana el enfrentamiento de los pueblerinos contra los convertidos, pero llamo la atención del pequeño arquero que los hombres atacaban incluso a los suyos, no pudo creerlo al ver cómo uno arrojó su hacha contra la espalda de otro humano, la puerta fue azotada dos veces, a la tercera cedió abriendo camino para el grupo de hombres, eran cinco tipos con rastros de sangre ajena en sus ropas y armas, los gemelos se arrinconaron al ver la amenaza, Wilmore no tenía su arco a la mano, los intrusos se miraron con satisfacción.

—Muchas cosas malas están por suceder joven Will, pero no te debes dejar vencer por ellas, todos tienen un papel que desempeñar — recordaba el gemelo pelinegro las últimas palabras del arcano.

Los hombres se acercaban con la clara intención de hacerles daño.

—Tu también, así que prepárate — el arcano sintió la ansiosa mirada de la bestia.

—¿Por qué? ¿Por qué debo hacerlo? — se sentía presionado el niño.

Norton lo tomo de los hombros, haciéndole notar lo importante de su hablar.

—Por qué es tu familia, debes hacerte cargo de ella — la mirada del arcano parecía llena de nostalgia — vive Wilmore.

Le soltó, alejándose del chico y el licántropo se le fue encima, atacándolo con sus mortíferas garras, Wilmore respiraba agitado, sus manos temblaban, no podía atacar a la hambrienta criatura.

Wilmore encaro al grupo, su gemela se escondió detrás de él, el niño saco una daga, era el arma de su difunto hermano Lewis, lo tomo de su cuerpo y ahora la usaría para proteger a su hermana.

SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora