El Principio Del Fin

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El pueblo tenía solo un puñado de gente aún viviendo allí, la mayoría optó por arriesgarse a ir al próximo poblado, tomaron lo que pudieron y partieron en plena nevada, los que se quedaron no tuvieron más opción tuvieron que comer los cadáveres de los muertos, nadie quería en un inicio pero se vieron obligados a hacerlo, escasa gente no se alimento prefirieron la muerte antes de practicar el canibalismo, sabían muy bien que ese camino siguió Impia, el reinado maldito que creyó poder alcanzar a los dioses por todas las bendiciones y ventajas de su tierra.

Hombres congelados a lo largo del camino hacia el próximo asentamiento, había pasado una semana desde que el pueblo de Cherkot se mato entre si, una semana de la muerte de Effer y Jeff, pero sobre todo una semana en la que Gregor seguía siendo humano.

Desde entonces no ha parado de nevar, los fuertes vientos helados seguían haciendo sufrir al grupo de sobrevivientes.

—Solo deseaba robar la comida de los mercaderes… tan solo eso, pero todo salió mal — se lamentaba Robert, quien ahora comía un cadáver en medio de la poderosa nevada.

—Uno de mis hombres quiso traicionarme cuando accidentalmente el mercader nos encontró hurtando su mercancía, eso hizo que los matará —se dio un respiro, sentía culpa de aquellas acciones — luego de ello pensé que todo saldría bien, solo fui por la carreta al exterior, donde el caos reinaba, tuve miedo al ver cómo esas bestias despedazaban a los hombres del pueblo, cuando la criatura me vio, yo… yo me quedé petrificado.

En sus memorias recordaba como el licántropo hundió sus colmillos en él, arrancó un buen pedazo de carne, pero no satisfecho se preparaba para dar otra mordida, fue cuando su otro guardia apareció en su auxilio, le clavo una lanza en su costado, obligando a la criatura a soltar al herido Robert, el monstruo huyó del lugar y ambos Realmente huyeron, el guardia en su apuró  había dejado caer varias velas, las cuales crecieron al devorar las hojas del escritorio del mercader, todo se salió fuera del control de Robert.

—¡Señor necesita un curandero! — su fiel guardia se quitó una prenda y la uso para presionar la herida.

—No, ya todo está perdido… solo sácame del pueblo — se sentía avergonzado, había matado a dos hombres para nada, a lo lejos vieron un segundo incendio.

—No… — su guardia entendió sus palabras, se llevó a Robert lejos del pueblo.

En medio de las alucinaciones que tuvo el anterior jefe del pueblo vio a la dama de plata, una mujer de hermoso vestido tan pálido como la nieve, ella bailaba con los pies desnudos en la nevada, todo se volvía tan irreal a su alrededor, como si el mundo sufriera una alteración por tener a una mujer tan bella en él, su blancuzca cabellera se agitaba en el aire y Robert podía jurar que un aroma a miel se liberaba ahogando sus sentidos con el empalagoso sabor.

—Debo estar muriendo… — musitó casi para si mismo, la dama de la luna detuvo su danza para reír, Robert no comprendía el motivo de su risa.

“Oh mi pobre hombre, tú no conocerás el placer de una muerte pacífica”

El rostro de la pálida mujer reflejaba compasión por su destino, pero en su voz solo había burla, Robert ardía en fiebre, múltiples dolores  aquejaban al hombre y de eso le siguió el hambre, su estómago nunca antes se había sentido con tal atroz deseo de comer, su guardia miraba el horizonte sin esperar la perturbada mirada de Robert.

—¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda! ¡Ayuda! — la desesperada voz de Robert llamo la atención del guardia, solo para hallarlo azotándose contra el suelo sin desenfreno.

—¡Deténgase mi señor! — su guardia le contuvo sujetándolo con ambos brazos, fue cuando lo vio, su rostro repleto de sangre y su boca con sobresalientes colmillos.

SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora