Penny y Murray

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Para llegar a casa es necesario subir unas escaleras interminables. Es algo a lo que estoy acostumbrado, pero hoy cada peldaño duele a causa de los golpes, y me toma el doble de tiempo llegar hasta arriba. Desde aquí sigo por otras dos cuadras a mano derecha. El viento es intenso y debo cruzar los brazos para protegerme del frío porque mi sweater amarillo no me abriga mucho. Es díficil abrirse paso entre la basura que amenaza con enterrar a Ciudad Gótica. Las ratas, por otro lado, son algo a lo que uno se acostumbra después de un tiempo. En lo particular, a mí no me molestan. Creo que sufren la misma suerte que nosotros. Solo vagan desesperadas en busca de un poco de comida y de un refugio.

El edificio donde vivo es una horrible y maldita pocilga. Es viejo, derruido y apesta. Adentro hay al menos doscientos apartamentos donde las personas viven apretadas como sardinas. El mío es el 8A. A penas hay espacio suficiente para acomodarme a mí y a mi mamá. Pero a pesar de todo eso, el único momento bueno de mi día es cuando llego aquí, a casa.

- Llegas tarde, Feliz! Qué pasó?

Feliz... así es como me dice mamá. Es irónico...
Mamá nunca sale, es muy delicada de salud y necesita mi ayuda para casi todo. Ya no puede trabajar. Se llama Penny.Yo siempre le preparo la cena y se la llevo a la cama. Solo hay una cama. A veces la compartimos y a veces yo duermo en el sofá de la sala.

- Perdí el último bus...- le explico, mientras me quito los zapatos y le caliento un plato de sopa.

- Ven, de prisa! Ya va a comenzar el show!

Todas las noches antes de acostarnos, nos sentamos juntos a ver el show de Murray. Es la mejor parte de mi día.

Murray no solo es un comediante, es el mejor comediante que existe. Él es todo lo que yo sueño ser algún día. Cuando veo su programa, suelo imaginar que estoy en él, que Murray me invita, que cuento bromas hilarantes, que las personas me aplauden y que las hago reír. Mamá dice que mi propósito en la vida es llevar risa y felicidad al mundo. Es algo que me tomo muy en serio. Mamá y Murray son todo lo que tengo, son mi compañía cada noche cuando llego a casa.

- Tú no comerás, hijo?

- No tengo hambre.

- Pero mira lo flaco que estás...come un poco, sí?

- No te preocupes, mamá...estoy bien.

Después del show mamá se duerme. Yo me quedo despierto un rato más. Enciendo un cigarrillo y me quito la camisa. En ocasiones como hoy, tengo cuidado de no hacerlo delante de mamá, para que no vea los moretones en mi cuerpo, ni lo terriblemente delgado que estoy. Ella no necesita saber que las personas me lastiman en las calles o que el sueldo de payaso no compra suficiente comida para los dos.

Trato de escribir mi diario, así como lo recomendó mi terapeuta. Son en su mayoría pensamientos aislados, cosas insignificantes que me vienen a la mente durante el día. Algunas veces se me ocurren bromas y las escribo también. No deseo ver a nadie y al mismo tiempo necesito hablar con alguien... y resuelvo el problema conversando con el papel. Dicho esto, no siempre es fácil anotar mis pensamientos porque las palabras tienen fronteras y el pensamiento no las tiene.

Por hoy escribo solo una línea:

Hay cierto castigo en el solo hecho de existir.

Soy payaso, y para completarme, o quizás para complicarme, también soy bailarín. A veces me pongo a bailar en la oscuridad de la sala, solo con las luces de las calles que entran por la ventana. No necesito música, la música uno la lleva adentro. Siempre imagino que tengo una audiencia que me admira y me dice "Arthur, qué gran bailarín eres!"

-"Gracias!"- les respondo y saludo a mi público.

Qué grandioso sería poder ser como Murray y fascinar a las multitudes todas las noches. Qué fantástico sería sentir el aprecio sincero de las personas. Su respeto, su admiración, su cariño... Qué grandioso sería, aunque sea solo por un día, pertenecer al mundo de los felices.

Sonríe y pon tu mejor caraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora