Gran mariscal

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Los diablillos regresaron a sus portales, viendo que no había nada que hacer contra Midari. Cuando se cerró el último de los portales, Midari recogió todas sus flechas y fue en dirección Thyria. Le resultaba extraño que Caín aún no hubiera aparecido.

- Sé lo que estás pensando.
Dijo una voz familiar.

Midari se puso en guardia y preparó una flecha mágica.

- Caín vendrá dentro de poco, tiene cosas que hacer en Thyria.

- Esa voz...

De la nada aparecieron tres siluetas, todas acercándose a Midari.
Midari disparó varias flechas en todas las direcciones, sin resultados.

- No se tú, Midari, pero hasta el guerrero más tonto sabe...

Midari lanzó varias flechas hacia atrás, sin acertar a nada.

- ...que para acabar con un cazador experimentado solo necesitas a un buen asesino.
Detrás de Midari, se materializó Huarg, poco a poco.

- ¿¡Huarg!?

Entre tanto, en Thyria, Jacob iba a hacer frente a Zulmag, mientras Grag, Elena y sus hombres rescataban a los civiles.

- ¡Separémonos Grag, así podremos salvar a más!

- ¡De acuerdo!
Al llegar a un cruce, Grag y Elena continuaron junto con sus hombres por caminos diferentes.

- ¡Ayuda por favor!
Dijo una mujer, frente a la puerta de su casa.

- ¿Qué sucede, estáis bien?
Dijo Elena, acercándose a la mujer.

- ¡Es mi bebé, sigue dentro de la casa!

- ¡No se preocupe!

Los ojos de Elena se iluminaron hasta emitir una luz blanca pura. La paladina se metió en la casa, sin sufrir daño por el fuego y encontró al niño, llorando en su cuna al final de un pasillo.

- ¡Ya voy, pequeño!
Elena corrió hacia el niño, pero un tabique de madera se rompió y la casa entera cayó al suelo.

- ¡Mi bebé!
Exclamó la madre, arrodillándose y rompiendo a llorar.

De entre los escombros salió Elena, con el bebé en sus manos.

- La luz protege a su hijo, no hay nada que temer.
Elena pasó la mano por el cuerpo desnudo del niño y a medida que pasaba por la piel, sanaba todas las heridas y quemaduras.

- ¡Es un milagro, muchas gracias Elena!
Dijo la mujer, tomando en brazos a su hijo.

- Paladines, todos, separaos, cubrid toda la ciudad. En cuanto acabemos de rescatar a todos los que podamos, resucitaremos a los caídos.

- ¿Y el dragón, mi señora?
Preguntó uno de los paladines.

- Confiemos en el gran mariscal.

Por su parte, Grag llegó a un cobertizo, donde la gente se refugiaba de las llamas, pero éstas habían empezado a devorar el edificio desde abajo.

- ¡Apartaos todos!
Grag empezó a mover las manos, agitándolas súbitamente y dibujando extraños símbolos en el aire. El orco dio palmadas, brincos, patadas y puñetazos al aire.
De pronto, comenzó a llover. Era una lluvia intensa y limpia.

El tejado del cobertizo se empezó a mover hasta que, de tanto temblar cayó. Grag empuñó sus hachas y rápidamente levantó un bloque de tierra para mantener el techo inmóvil. El orco apagó las llamas soplando la lluvia sobre el fuego y para acabar dio un enorme salto, se transformó en un rayo y entró en el cobertizo.

El último rey goblinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora