24. Pesadilla | Smaug

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Su gran ojo reptiliano se abrió de par en par, pero solo iluminó la fría roca de la montaña. Allá donde su mirada se posó, solamente encontró oscuridad y miseria, y pronto, Smaug lanzó un bramido de ira.

—¡Ladrones! ¡Fuego! ¡Muerte! —exclamó con indudable enfado y un dejo de desesperación.

El dragón levantó su enormidad y dio varias vueltas en el salón vacío, golpeando las columnas con su cola de látigo rojo y comprobando con terror que en el interior de la montaña no quedaba ni una sola moneda o pieza de oro que atesorar.

—¡Esos enanos inmundos se llevaron mi tesoro! —insultó a viva voz—. ¡¿Cómo no pude haberlos olido u oído?! —Se preguntó con preocupación. Sintió que estaba perdiendo el toque, que se había vuelto viejo y lento, que ya no merecía llamarse la calamidad del norte.

Resolvió que saldría, luego de años de dormitar custodiando el tesoro de Erebor, para atacar a cualquiera que se hallara en los alrededores de la montaña solitaria.

—¡Los hombres del lago! —recordó de repente—. Me han temido por años, pero al no verme por tanto tiempo, quizás olvidaron lo letal que puedo ser. ¡Yo soy fuego! ¡Yo soy muerte! —gritó sacudiendo las alas, provocando que el viento se agitara en el salón.

Entonces, sintió el tintineo de algunas monedas del tesoro y se volteó precipitado hacia el sonido.

—¡Ladrones! No escaparán de mí. —dijo con el brillo del fuego en su interior brillando anaranjado en su garganta. 

La llamarada se expulsó de su boca y se consumió en el aire, puesto que no encontró a quien lastimar. De un momento al otro, la habitación comenzó a encogerse, amenazando al dragón con ser tragado por la oscuridad.

—¡Noooooo! —exclamó Smaug y despertó de la pesadilla vívida. A su alrededor y debajo suyo, reposaba el tesoro inconmensurable de Erebor. 

*Imagen de: J

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*Imagen de: J.R.R. Tolkien*

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