Fiestas Navideñas

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24 de Diciembre.

El dìa habìa llegado. Estàbamos, mi madre y yo, muy entusiasmados. El àrbol de navidad armado, decoraba hermosamente la sala que habìamos preparado para recibir a los invitados. Las luces bailaban e iluminaban el pesebre.

Ademàs de estresado por los preparativos, estaba preocupado. En mi mente no dejaban de aparecer esos negros pensamientos, que me atormentaban. ¿Y si fuera la ùltima fiesta que paso con mi madre?, no podìa tolerarlo. La angustìa de esa nefasta noticia me habìa arruinado la vida, de verdad, sentì que el mundo tal cual como lo conocìa se iba esfumando de a poco. Cada vez que mi madre se quedaba en cama, agotada y dolorida, yo desesperaba, sin saber que hacer para calmar su dolor. 

El timbre comenzaba a sonar, incansablemente llegaban todos los invitados; cada uno con algun regalo entre las manos, o alguna buena botella de vino.

La recepciòn comenzò con una entrada exquisita de bocaditos de mariscos; tarteletas de salmòn, sushi, caviar y otras tantas delicias. Ya todos se ubicaban en cualquier parte del salon, formando pequeños grupos para conversar.

Ella estaba dando las ùltimas directivas a las empleadas organizando todos los detalles, cuando me mirò con cariño. Sè que percibìa lo que dentro mio ocurrìa, por eso es que se acercò a donde yo estaba. Comenzò a sonar un vals, y la invitè a bailar conmigo. Ella adoraba bailar, con papà simepre lo hacìa, y ella repetìa que bailar con èl, era  como pisar nubes blancas algodonadas. Èl era su hombre perfecto, y estoy seguro que ella fuè la mujer perfecta para èl, no cabìan dudas.

Pronto la angustia se iba disipando, con cada nota de aquel bello vals, y con cada sonora carcajada de mi madre dando vueltas conmigo.  A menudo me decìa que era un buen bailarin, y yo le agradecìa, pues ella fuè quien me enseñò. Decìa que un buen hombre debe saber bailar, porque tanto el hombre como la mujer deben saber conducirse en el matrimonio, juntos y sincronizados. 

 Luego nos sentamos con mi madre en un sillòn, y le indiquè a Guadalupe que se acomodara para que se pusiera còmoda. Se veìa Hermosa con su vestido morado, y su boca pintada de un brillo rosado. Les servì champagne, y al parecer congeniò con mi madre de inmediato; ya  que estaban cada vez màs enfrascadas en su conversaciòn. Yo las miraba a las dos. Me gustaba simplemente estar compartiendo este momento, viendolas reir y hablar.

Uno de los ejecutivos de mi empresa me reclamò, para presentarme a un colega, por lo que tuve que alejarme de ellas para ir con los hombres a conversar.  Me hubiese gustado quedarme allì en el sillòn con ellas, pero no debìa desairar a mis compañeros de trabajo, ademàs ellas estaban muy compenetradas y no me prestaban atenciòn.

Cada tanto miraba en su direcciòn, para ver si ella me miraba, pero nada... parecìa como si no quisiera darme el gusto, y luchaba por no voltearse a mirarme. Tratè en vano hasta que mi madre la dejò sola, para irse a bailar. Esa era mi oportunidad de acercarme a ella, de conversar un poco.

Ultimamente Guadalupe era la ùnica persona con la que podìa hablar abiertamente, a demas de mi madre claro està. Me acerquè y la mirè. Parecìa perdida mirando como todos bailaban. Lo disfrutaba, se le veìa luz en el rostro; ciertamente no muchas veces en el dìa se la podìa ver asì, como si estuviera contenta solo observando.

Le pedì que bailara conmigo, y ella argumentò que no sabìa bailar. Tipico de ella, rechazandome en toda ocasiòn, como si yo fuese alguien que querìa engatusarla en alguna cosa. Sin embargo depues de un rato aceptò.

Su piel blanca resaltaba hermosamente, y sus pies me seguìan con gracias. De seguro me mintiò cuando me dijo que no sabia bailar. Sus manos eran pequeñas y delicadas, se perdìan entre mis palmas, y su cintura...su cintura se movìa con gracia bajo mis dedos, que la aferraban con firmeza. Sus ojos brillaban, estaban verdes esmeralda, tratando de esconder lo que yo bien habìa interpretado en ellos: deseo.

Conociendo a SalvadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora