D I E C I S É I S

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Frase:

"El día que dejó de oír las críticas de los demás, su vida se restableció y su alma la perdonó".

D I E C I S É I S


No quiero ir a trabajar

Cuando mi hermana viene por segunda vez a levantarme, le grito que me deje en paz, que no voy a ir a ninguna parte. Ella me mira extrañada pero al final alza las manos enfadada y se va.

Es la primera vez que falto al trabajo deliberadamente.

Normalmente trabajo los sábados en un centro comercial del lugar. No puedo evitar recordar la pésima manera en la que me porté anoche con mi padre pero tampoco consigo sentirme mal por ello.

Pongo mi celular a cargar y ni siquiera me molesto en llamar a mi jefe para avisarle que no iré. Me levanto arrastrando los pies y me asomo por la ventana, a llovido toda la noche pero parece que hoy solo estará algo nublado.

Tomo mi toalla y me meto al baño para tomar una larga y caliente ducha. Cuando salgo me tiro de nuevo en la cama, disfrutando el frío.

Pierdo la cuenta de cuánto tiempo me quedo mirando el techo hasta que mi estómago ruge y me levanto. Mi cabello está casi seco y hecho un desastre, así que me enredo bien en la toalla y me recojo el cabello en un moño.

Sé que no hay nadie en la casa y aun así me detengo en medio del pasillo mirando a mi alrededor, escuchando atentamente.

Mi corazón se agita.

Primero es solo un salto y después un fuerte latido y luego otro tras otro. Trato de mantener mi respiración tranquila pero la agitación comienza en mi vientre y asciende hasta mi garganta, previniéndome.

Me tenso y me destenso, avanzo por el pasillo con el mayor sigilo que puedo. Mi cuero cabelludo pica y siento una punzada en mi nuca. Con un quejido me giro pero no hay nada y cuando me llevo la mano al cuello no noto nada extraño.

Me enojo conmigo misma por ser tan paranoica y camino rápido a la cocina, lucho con la necesidad de correr como si viniera alguien detrás de mí. Para cuando busco algo de comer, he perdido totalmente el apetito.

Apoyo las manos en la barra, debo aprovechar el tiempo y evitar estar aquí.

Un ruido llama mi atención y me congela. Contengo la respiración cuando me doy cuenta de que es mi nombre claramente susurrado. Mis ojos se abren alertas al igual que cada poro de mi piel.

El miedo hace vibrar mis huesos, primero como un mensaje y luego como una muy clara advertencia. A pesar de ello y la manera en que mi instinto me suplica que huya mis pies se encaminan al origen del sonido.

-Pilar...- Me llama.

Es muy suave, un arrullo casi inaudible y lo sigo como una polilla a la luz. Pienso que debe de venir de mi cuarto. Me dirijo a las escaleras y me encamino a mi pieza, pero cuando paso enfrente de la habitación de papá el susurro se repite y me detiene. Mantengo el miedo a raya, tratando de ahogarlo con la curiosidad.

Mis pies descalzos me acercan a la puerta y mi mano se posa en el pomo. Yo no he entrado a esta habitación en años, a excepción de hechar unos vistazos para buscar a papá.

El dejó bastante claro desde hace tiempo que su habitación quedaba excluida de nuestros juegos y limpiezas, que el se encargaría de recoger.

Muerdo mi labio insegura, pero termino girando el pomo y abriendo la puerta solo lo suficiente para entrar.

-Va a notar que entraste- murmuro, paseando mis ojos por el cuarto.

Hay extraño olor familiar aquí.

Suelto un grito cuando siento que unos dedos se enredan en mi muñeca. Me abrazo a mi misma con fuerza y tras pensarlo un momento voy al baño de papá.

Algo me impulsa a entrar ahí pero no entiendo que puede haber ahí que me importe.

Frunzo el ceño y me quejo cuando tropiezo con un zapato mal atravesado de papá. ¿Por qué rayos tiene este lugar tan oscuro? Entro al cuarto del baño y enciendo el interruptor de la luz. El lugar está vacío. Ni siquiera está desordenado y eso me desconcierta un poco puesto que su habitación es un desastre.

Giro para salir pero me detengo de nuevo, la sensación de que hay algo aquí vuelve a invadir mi cuerpo de pies a cabeza.

Aprieto mis manos en puños y mi corazón se acelera. Percibo un movimiento por el rabillo del ojo y me volteo molesta, una molestia que rápidamente se convierte en enfado.

Busco frenéticamente a lo que se movía y mis ojos caen en el espejo. Ahí estoy yo, siendo cada vez más otra persona. La chica que me mira no está asustada ahora, está tan enojada como yo.

Me temo que está furiosa conmigo, me mira con reproche, me reclama algo y eso me cabrea todavía más. Aprieto los dientes y ella me mira impasible, es cuando me doy cuenta que de verdad me está mirando. Ladeo ligeramente mi cabeza pero mi reflejo no.

Y no me asusta.

Me acerco a ella sin poderlo evitar; es como un imán, y yo una basura metálica sin voluntad. Puedo notar que sonríe, está feliz de que ahora la vea, puedo sentir su satisfacción cuando le sonrío como a una vieja amiga.

Mi interior revolotea y es una sensación que recuerdo experimentar. Antes, en un tiempo que no recuerdo. Ella me mira con serenidad y asiente pero aún veo ira en sus ojos verdes oscuros.

En mis ojos.

Porque ella soy yo.

Y la había extrañado.

Asesina (Libro I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora