Prólogo. La mujer que alguna vez fue mi madre.

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Llegar de clases y lo primero que tus ojos ven al ingresar a tu hogar, es como tu novia y tu madre mantienen relaciones sexuales, no es nada agradable. Escuchar los gemidos que mi novia suelta cuando mi madre aprieta sus pechos, hace eco en mi cabeza y sin querer evitarlo, las lágrimas cubren mis mejillas. El pecho me duele y me hace imposible la tarea de respirar con normalidad.

No se han dado cuenta de mi presencia, pero no hará falta más segundos para que este martirio finalice. Y sé que el momento es el correcto cuando mi madre comienza a jadear el nombre de mi novia. Dejo de ver por el pequeño espacio que hay entre medias y con decisión, empujo la puerta con rabia ocasionando que golpee con la pared y el estruendo atraiga la atención de las dos mujeres que han logrado destrozarme.

Sus miradas demuestran que no esperaban en lo absoluto que algún día yo me diera cuenta y estarán conscientes que esta traición jamás la perdonaré.

—¿Cómo pudieron? —A pesar de querer parecer fuerte, las lágrimas bajan como cascadas. La ira hace que todo mi cuerpo se estremezca. Rechino los dientes aguantando las ganas de darle una cachetada a esa que se hace llamar mi novia, porque después de todo sigue siendo una mujer, sin embargo, ya no una dama—. ¿Cómo pudiste madre? —Mis ojos se dirigen a esa mujer que a partir de hoy no es más que una desconocida.

—Puedo expli-...

—No necesito baratas mentiras —Siseo encolerizado—. Amelia —su nombre sale en un jadeo lastimero. Ella con torpeza envuelve su cuerpo desnudo con la sábana y se levanta, tambaleante intentando acercarse; estira su mano y como reflejo doy un paso atrás, negando con la cabeza sollozante, sentencio con el pesar de mi corazón—: tú ya no eres mi madre.

Sé que mis palabras carentes de emoción son una daga afilada directa a su alma, porque su bello rostro se contrae en una mueca y unas traviesas lágrimas bajan por esos ojos azules tan profundos que justo ahora carecen de vida. Niega varias veces con su cabeza, tratando de asimilar la situación, la cual es más que obvia: Se atrevió a jugar con fuego, aquí están las consecuencias.

—No, tú... Estás mintiendo.

—No sabes cuánto me lastima a mí decir esto, pero tu hipocresía es... No puedo ni describirlo. Dejaste de ser mi madre en el momento que decidiste acostarte con mi novia. ¡Con mi novia! —Las manos color leche de Amelia se mueven desesperadas; los pequeños pucheros que hace no doblegan mi nueva decisión—. Hubiera aceptado que las mujeres te atraen, hubiera estado encantado de que hicieras tu vida de nuevo con alguien, pero... ¿Esto? Amelia —por breves segundos la sorpresa impregna su rostro, el cambio tan brusco de llamado la descoloca. Sus labios se abren, en busca de una forma de retenerme, pero ya no hay marcha atrás—, esto simplemente no puedo perdonarlo.

Mientras tanto, veo a Zoe terminarse de vestir por el rabillo del ojo. Volteo a verla y suelta un suspiro harta de la situación tan sentimental. Lo sé, porque conozco su carácter. Se levanta de la cama y me mira directo, profanando mi alma con ese gélido iris que posee.

—¿Ya terminaron con este teatrito? —Su gruesa voz sin nada de arrepentimiento es una daga directa a mi pecho, perfora la piel y destroza mi corazón; duele como nunca pensé.

—A pesar de todo, yo sí te amo —confieso quedito—. Nunca fui muy demostrativo pero de verdad tenía la esperanza de algún día casarme conti-...

Blah blah blah —hace un gesto con su mano imitando la boca de una persona al hablar y se acerca hasta el punto de tenerla enfrente, con su cálido aliento chocando en mi húmedo rostro—. ¿Sabes? El hecho de que te haya engañado solo significa una cosa: no me complaces —hay mucha sinceridad en esas palabras cargadas de indiferencia. Trago saliva para quitar el nudo en mi garganta que no me deja respirar bien—. Qué vergüenza saber que tu propia madre puede hacerme gem-...—No lo soporto. Una cachetada es plantada en su mejilla derecha con tal fuerza que la hace retroceder, pero no logra borrar esa sonrisa cargada de sorna en su rostro—. Que me hayas golpeado para callarme no quita el hecho.

—¡Zoe! Por favor, ya no eches más leña al fuego —súplica Amelia con la voz quebrada.

—No tiene caso seguir fingiendo, después de todo ya se enteró de la verdad —alega Zoe.

—¿Cuánto tiempo llevan en esta...? —Temo la respuesta una vez abandona mi boca. Como bien dicen, la curiosidad mató al gato. Mi ex novia pone un gesto de pensarlo y eso me hace entender que no llevan días viéndome la cara de estúpido. Una opresión en el pecho no me deja respirar normal y mi vista se nubla de nuevo a causa de las lágrimas.

¿Cómo pudieron? Esa pregunta sigue rondando en mi cabeza.

—Dentro de dos días íbamos a cumplir dos meses —la estupefacción moldea mi rostro a su antojo.

¿Dos... Meses?

Las piernas me tiemblan y sin aguantar un segundo más en aquella posición, mi cuerpo colapsa cayendo hincado. Gotas saladas van a parar al frío suelo, dejando la evidencia de mi sufrimiento. Amelia se acerca a mí y en un vano intento, quiere poner su mano en mi hombro, la cual rechazo como si quemase.

—¡No me toques! —La voz me sale un tanto aguda, le quito importancia—. Te odio, Amelia Briand. ¡Te odio!

Con esas últimas palabras me levanto y sin meditarlo ni una vez, salgo corriendo de la casa escuchando los gritos desesperados de Amelia exclamando mi nombre en el umbral del porche, escuchando el llamado de la mujer que alguna vez fue mi madre.

Hermosamente caótico « lgbt »Donde viven las historias. Descúbrelo ahora