Prólogo

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CLEOPATRA NARCISSA MALFOY siempre supo que iba a morir joven.

Sus padres intentaron darle esperanza. Estaban constantemente tratando de darle la fe que ella había perdido hace mucho tiempo. No importó cuánto ella trató de abrazarle y sostenerle el mayor tiempo posible, la fe simplemente se fue un día y jamás volvió.

La escuela fue difícil para ella. No importaba si su nombre era bien conocido, o si su padre había sido un Mortífago en su juventud, al igual que su abuelo lo fue. No importaba que su nombre tuviese una historia terrible y oscura detrás de cada una de sus letras, la gente no le temía, ni la respetaba.

No, ellos se burlaban de ella. Encontraron su desgracia como una broma, y fue desacreditada como tal.

Ellos temían de su hermano menor, pero no de ella. No de la débil chica Malfoy que perecería en cualquier momento.

«La pequeña Malfoy que jamás aprendió a defenderse».

«La pequeña Malfoy que jamás aprendió a vivir».

Ella prefería la burla a la lastima, eso era seguro. Pero no hacía su situación, o su vida, más fáciles.

Supuso que realmente no importaba demasiado, ella moriría un día, más temprano que tarde. La lastima no la sanaría y la burla no la mataría antes.

No existía nombre para su enfermedad, tampoco existía una cura. Ella dejó de preocuparse por alguna de esas cosas hace mucho tiempo, cuando la lista de sanadores creció a tal punto en que ella apenas podría recordar sus nombres o sus rostros, para ella, se convirtieron en simples figuras vestidas en blanco y gris, o en verde lima, con insignias doradas, pero todos tenían algo en común: sus expresiones, ojos llenos de lastima y palabras llenas de falsas esperanzas o crudas verdades. La magia fue una cosa hermosa y maravillosa, milagrosa para algunos, pero ninguna magia existente podía salvar su cuerpo de gastarse y jamás recuperarse de regreso. La vida se drenó de poco en poco, hasta dejarle residuos de un cuerpo que ella misma comenzó a desconocer con el paso de los días.

«Su sangre está maldita», le murmuraban con desdén, intentando sumirla en angustia, pero esa etapa se había ido cuando ella tenía once años, durante su primer año en Hogwarts. En aquel momento había querido regresar a casa tan pronto como puso un pie en la plataforma nueve y tres cuartos. El viaje en el expreso Hogwarts no fue más amable con ella, los cuchicheos malintencionados y las risas burlonas la asediaban. Esa parte ni siquiera había sido debido a su enfermedad sino por quien era su padre. A ella realmente le importó demasiado en aquel entonces, y le tomó apenas unos minutos transformarse en la pequeña niña que se escondió en los baños durante todo el trayecto hasta la escuela, nadie habría querido sentarse con ella, así que no hizo ninguna diferencia. Recordó sentarse sola en los botes hasta que Rubeus Hagrid, el Guardabosques y también Profesor de Hogwarts, le hizo compañía. Él le dió un acto de compasión que ella atesoraría por mucho tiempo. Pero incluso ese pequeño acto de bondad no la salvó de la tristeza que se cerniría sobre ella en los próximos años.

Había sido una chica delgada con un rostro casi huesudo, su piel tan pálida como la leche y enfermiza como la de un cadáver. Como un fantasma; ella solía ser comparada por sus compañeros. Cuánto más su enfermedad se mostraba, la moral de sus compañeros desaparecía aún más.

Cuatro años de penurias habían marcado su paso por Hogwarts. Su madre siempre habló de cómo había amado sus primeros años en la Escuela de Magia y Hechicería en comparación de los últimos, los cuales, debido a la guerra, habían sido una calvario, incluso para una estudiante de familia sangre pura. Pero, a diferencia de su madre, ella se encontró odiándolos, cada día durante esos cuatro años. Desde el otoño hasta el verano.

ANGEL'S FURY    | HPDonde viven las historias. Descúbrelo ahora