[ La presencia de un ángel ]Siente algo en su pecho. Un latido, luego otro. A ese le siguen más. Sin un cuerpo físico como éste, ella jamás había tenido un corazón real. Si alguna vez lo hizo, ella lo ha olvidado. Es bastante extraña la sensación de una pequeña cosa palpitante atrapada debajo de su pecho, rodeado de otro montón de cosas complicadas que le protegían inútilmente, porque éste corazón en específico no fue muy bueno, se había rendido con su dueña anterior, y su nueva dueña es quien lo ha arreglado, mientras que sus usos se mantienen invisibles todavía.
El cuerpo había estado en reposo por unas pocas horas. Lo suficiente para que su alma y esencia se mezclaran de forma exitosa y elevaran la calidad del recipiente para poder soportar la fuerza que ella sostenía, poco a poco con el paso del tiempo su cuerpo adquirirá sus otras características.
Sus oídos palpitan con la misma sensación que recorre su pecho, llegando a cada una de sus extremidades en pequeñas vibraciones. Luego se vuelve más ligera, apenas notoria, y el zumbido de sus oídos ya no proviene del resto de su cuerpo, sino de algo más.
Su núcleo, o más específicamente: el núcleo del cuerpo, comienza a reconstruirse cuando su alma comienza a abastecerlo. La magia es... interesante, y ser uno de los ángeles más singulares tiene su costo ya que ahora tiene que internalizar su esencia con este núcleo mágico. Duele, y por raro que fuese admitirlo: no se siente como si fuera la primera vez. «Entonces, Nasill estaba en lo correcto». Por supuesto, su hermano no le mentiría sobre esto, no debería de haber dudado de sus palabras en ningún momento, ni de la Muerte, su hermana.
Una vez que su núcleo está fusionado, su cuerpo comienza a cambiar. Los cambios la hacen sentir rara, le hacen querer luchar contra ellos y volver a casa, dejar este camino atrás, pero sabe que no puede hacerlo.
Su cuerpo celestial se ha ido, en parte porque no puede pertenecer naturalmente a esta tierra, ella ahora posee piel, cabello, y todo lo que un cuerpo humano tiene. Le duelen los ojos, así que los mantiene cerrados un momento. Hay dolor en ellos porque han cambiado, no sólo diferentes a ella sino también diferentes de lo que el recipiente había sido.
Se pone de pie, rescatando toda su fuerza y uniéndola.
Ella es el símbolo del destino. O lo había sido, hace mucho tiempo, en una vida que no recuerda todavía, pero que está grabada en este mundo. Encontrará fuerza en sí misma.
¿Se sentiría así en aquel momento?
La sensación de este extraño cuerpo no le recuerda a nada específico. Porque su mente ha sido extirpada y colocada de nuevo. Aquellos años no cuentan si ella no los recuerda. Pero fue su error, le dijeron, y ella lo creyó: porque, ¿por qué habrían de mentir? Esta es su tarea, es su batalla para pelear.
Nunca había sido una mala hija, nunca había caído en la oscuridad. No conoce los castigos, y se pregunta si ese fue precisamente su error. Porque aveces no hacer nada es igualmente malo.
Este lugar, se da cuenta, es el hospital San Mungo. Posee una atmósfera distinta a todo lo que hubiese experimentado antes. El aire tiene un perfume extraño, la fragancia de la magia mezclada con la enfermedad y el dolor constante, también hay un olor a flores encantadas, pero es leve y apenas perceptible dado que no hay flores cerca de ella. Sabe lo que es este lugar, lo que hacen en su interior, y la clase de personas que se pasean por el edificio. Ella camina por sus pasillos, blancos y pulcros, llenos de miseria bien pulida... con una extraña presencia de esperanza.
«Muchas personas aquí se aferran a la esperanza».
Pero, a diferencia de los hospitales de los mortales que no poseen magia, como estos magos y brujas, éste hospital está en completo silencio. No hay rezos, no hay fe, sólo hay un vacío, y ese vacío se llena con su propio deseo, su esperanza transformada en aferrarse entre sí.