Mike Zacharius

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Hange caminaba a paso lento entre las grandes calles de la ciudad, se encontraba meditando si debía visitar o no a Mike, ya que era su cumpleaños. A veces solía sentirse extraña visitando a su amigo estando Nanaba presente que, aunque eran amigas, estaba segura de que quizá debía ser algo incómodo para los tres estar en un mismo sitio.

Su celular sonó de pronto, sacándola de sus cavilaciones, sacó de su bolso el pequeño aparato y miró la pantalla. "Nanaba", se leía. Cerró los ojos mientras alzaba las cejas, dejó salir un pesado suspiró para responder.

—Hola, Nana.

¿Hange? Hola, amiga. ¿Todavía estás en la ciudad? Sabes que hoy es cumpleaños de Mike, ¿verdad? Espero no lo hayas olvidado.

—Claro que no lo olvido, y sí, todavía estoy aquí.

—¿Por qué no vienes a cenar a la casa? Estoy segura de que a Mike le gustará que nos visites.

—Gracias por tu ofrecimiento, pero no quiero ser una molestia.

—Nunca lo eres. Hange, ¿está todo bien? Te noto preocupada.

—¿Eh? Ah, sí, sí, todo bien, no te preocupes.

—Entonces, ¿te esperamos para cenar?

—Tu ganas, llego en unos minutos.

—Muy bien, aquí nos vemos. Con cuidado.

—Sí, nos vemos —ella colgó sin ánimos.

Hange y Nanaba eran amigas desde la infancia, se separaron al terminar la secundaria, pues su amiga se mudó a Rose por un nuevo trabajo de su madre. Desde ahí perdieron el contacto, la jovencita era la única verdadera amiga de Hange.

Pasó caminando frente a una pastelería, entró y pidió un pastel de moka sin nueces, pues su amiga era alérgica a ellas. Minutos después, le entregaron una caja con su pedido, y teniendo ya lo más importante, se puso en marcha hacía la casa de sus amigos.

En todo el trayecto no dejó de pensar en cómo eran los caminos de la vida, esa maraña de relaciones humanas que hacía que te toparas con personas importantes y otras no tanto, pero que ambas te llevan a tener aprendizajes. Gracias a algo superior, ella había conocido a buenas personas que le ayudaron en su andar a través de esos difíciles años.

Esas amistades y algunas desatinadas experiencias la forjaron y la hicieron lo que era hoy en día, una mujer fuerte, independiente, segura de sí misma y con muchas ganas de seguir avanzando.

Ese buen estado anímico se debía a Mike, ese hombre que ahora estaba comprometido con su mejor amiga, y en algún tiempo fue pareja de Hange.

.

Sus delgados dedos tocaron el pequeño botón situado al lado de la puerta de la pequeña residencia. No pasaron más que unos cuantos segundos para que la hoja de madera se abriera y dejara ver a la residente del lugar.

Nanaba, una hermosa mujer rubia, esbelta y con cabello corto le daba la bienvenida, dándole un efusivo, pero poco cómodo abrazo, a causa de que Hange aún cargaba con el pastel.

—Hange, no te hubieras molestado, vamos, pasa —susurró la rubia ayudándola con la caja que llevaba el postre y cerrando la puerta con las caderas.

—No es molestia, además, si es un cumpleaños debe haber pastel, ¿no es así? —Hange sonrió ampliamente.

—Seguro —Nanaba respondió con una pequeña sonrisa.

—Hasta en eso son parecidos.

—¿De qué hablas? —Nanaba la miró sin comprender.

—Nada, nada. Disculpa, ¿puedo pasar a tu baño?

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