PASIÓN EN FORMA DE VENGANZA

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- Preciosa, ¿dime te apetece un viajecito a Galicia? –escuché la voz áspera de Ramiro decirme junto al oído.

- Pues claro, sabes que me encanta viajar –respondí a su pregunta con sonrisa cómplice.

- ¿Podrás arreglarlo en casa?

- Sí, no te preocupes por eso Dejaré a los niños con mis padres. ¿Cuándo marchamos? –pregunté profundamente interesada ante tan atractiva propuesta.

- Prepáralo todo para de aquí cinco días. Poco equipaje, una maleta mediana será suficiente. Saco los billetes y alquilaré un coche para movernos por allí –su voz susurrante pegada a los cabellos antes de besarme suavemente el cuello.

Eso me hizo temblar ligeramente. Ramiro sabía bien cómo sacar lo peor de mí. Sentada frente al portátil y tras dejarme sola, continué con aquellos documentos que corría prisa darles salida. Una vez hecho, organizarlos en carpetas del modo meticuloso que a Ramiro le gustaba. Todo muy ordenado y fácil de encontrar. La hora de la comida y una vez todo el mundo fuera de la oficina, me llamaba al despacho. Sabía perfectamente lo que pretendía. Y yo también lo deseaba.

- Nuria, cierra la puerta por favor.

Tras hacerlo y taconeando a lo largo del despacho, pronto quedé de pie a su lado. Cogiéndole la corbata jugué con ella, corriendo los dedos por encima de la negra seda. Tenía ganas de él, me sentía cachonda y con ganas de juerga. Ramiro se hizo el falsamente remolón, allí sentado en su butaca y tapándose los ojos ante el espectáculo que le mostraba. Nos gustaban esos juegos, aunque los dos lo deseábamos nos gustaba alargarlo y jugar con el morbo y el vicio que las diferentes posibilidades nos daban. Seguí con los dedos por encima de la corbata, arriba y abajo muy lentamente al tirar con suavidad de ella. Pasándole luego los dedos por encima de la camisa gris, fui aproximando más y más el contacto. Sin decir palabra, los dos sabíamos lo que queríamos. Hacía tres largos días que no lo hacíamos y era ya hora de poner remedio a eso. Los dedos a lo largo de la tapeta frontal para de nuevo hacerme con la corbata, al fin se puso en pie tan alto como era.

- Ven aquí pequeña –besándome por vez primera, un corto beso al tomarme por la cintura y hacerme sentar en la mesa.

Echando a un lado unos dosieres que por encima de la misma se encontraban, aproveché yo para acomodarme de la mejor manera quedando tumbada y espatarrada frente a él.

- Deja que te bese –haciéndome incorporar hacia él para, tomada del cabello, besarnos apasionados y de manera sucia.

- Bésame sí, bésame anda –pedí deseando el contacto de las bocas.

Eso me excitaba, los besos y todo el ritual de preparativos tan llenos de sucinto erotismo. Un juego breve, un simple esbozo de lo que se podía avecinar. Me gustaba que lo hiciera así. Uniendo las bocas me la hizo abrir para al momento enterrar la lengua enlazándola junto a la mía. Tímidamente jadeantes los dos, el correr de los besos se reconocía en el silencio del despacho. Besos húmedos y llenos de vicio y pasión, mordiéndole yo los labios y envolviéndome Ramiro los míos con los suyos. Mientras con las manos me corría la blusa, llevándome contra él fuertemente cogida por la espalda. Yo me dejaba hacer, acalorada y deseosa de más besos. Agarrada a sus brazos, continuamos con lo nuestro. Tiernos besitos ahora que pronto se convirtieron en apasionados y profundos, mordiéndole yo nuevamente el labio inferior lo que tanto sabía que le ponía.

- No seas traviesa –clamando débilmente con el indecente mordisco.

- Bésame anda, sé malo conmigo.

- ¿Eso quieres? –los fuertes brazos de mi amante envolviéndome entre ellos.

Besándonos como desesperados, pronto noté la mano masculina buscarme los botones de la blusa. Soltándolos con urgencia, la mano se apoderó del pecho por encima del sujetador. Enganchada del cuello volvió a hacerse con mi boca. Besos sucios y húmedos con que acallar los gemidos que me escapaban de entre los labios. Bajándome la cazoleta del sujetador, el contacto con el pecho le fue fácil. Rozándolo con los dedos, apretándolo con fuerza para pasar luego al pezón que acarició y pellizcó arrancándome un grito ahogado de dolor. No pude menos que dejar caer mi mano sobre la suya haciendo la presión mucho más férrea. Al tiempo y por abajo, entre gemidos de emoción yo le buscaba sobre el pantalón. Sintiendo aquello duro que tanto me interesaba, le acaricié con suavidad pero notándolo cuán largo era.

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