Quédate

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Las luces de la habitación estaban en su mayoría apagadas, la ausencia de luz otorgaba al entorno un aire de desolación. Había un silencio tétrico en toda la estancia que ponía los pelos de punta; no se trataba de un silencio por falta de presencias, había gente ahí. Solo que nadie podía hacer nada. Apenas Laia puso un pie dentro de la suite presidencial del Tornasol, temerosa de lo que pudiera ocurrir allí, vio volar un jarrón de cristal vacío que se estrellaba contra la pared opuesta quebrándose en un estrepito ensordecedor.

De inmediato, retrocedió sin aire hacia sus ex compañeras de trabajo ocultas entre las sombras de la entrada, mientras maldecía en silencio el haberse estacionado mal a las afueras del Tornasol por haber conducido hacia allí con tanta prisa.

Dalí había creído que a Laia se le había bajado el azúcar o algo parecido tras vislumbrar la exagerada palidez en su rostro, la chica había cogido su teléfono, las llaves de su auto y había salido disparada como un corcho de champán hacia la salida a medida que mascullaba frases sin sentido. Luego pisó el acelerador hasta el fondo una vez encendió el vehículo, yéndose sin tiempo de explicaciones.

Laia no se detuvo en los semáforos tras dejar a dos de sus mejores amigos asomados al frente del Chappy's. Solo consiguió parar en un paso peatonal, quedándose con las manos rígidas sobre el volante, tras caer en cuenta de que la noticia iba en serio, de que era real.

Y la realidad no podía ser más horrible. Un torrente de recuerdos amargos se desató en su cabeza, y en cuanto estos le condujeron hacia Jorge Lobo, sus temores salieron a flote. No quería siquiera evocarlo en su memoria, el solo recordar el rostro de aquel hombre y los de su familia, le ocasionó un escalofrío tremendo.

James Lewis Borowski, El Polaco, estaba muerto.

Lo habían encontrado colgando del techo con una sábana enredada alrededor de su cuello. Quienquiera que no viera más allá de lo presuntamente evidente habría deducido un suicidio. Pero no, no si se tomaba en cuenta quién era ese hombre, por qué estaba en la cárcel...y sobre todo, quién estaba tras él. Los Lobo lo querían muerto. Y allí estaba, finalmente habían acabado con él.

Monique se lo había dicho en cuanto consiguió recuperar el habla, creían que en realidad no era ningún suicidio, en cambio era un homicidio camuflado. Jason lo había gritado a todo pulmón, según las chicas no paraba de hacerlo; de acusar a Jorge Lobo y de acabar con todo a su paso como un huracán infame de ira y tristeza hasta conseguir que una trulla de hombres de seguridad entraran al lugar para intentar inmovilizarlo. Eso bastaba para que ellas le creyeran, bastaba con verlo de esa forma tan atípica, tratándose de él. Jason jamás perdía los estribos de esa forma, no a la ligera...

Hasta esa noche, donde había perdido su estoicismo, su calma, para siempre.

La habitación se encontraba vuelta trizas, había un control remoto incrustado en la pantalla plana de manera y todo parecía irreal. Las mesas volcadas, las sillas tiradas, pedazos de cristal y adornos desperdigados sobre la alfombra, parecía que una bestia había pasado por ahí procurando dejar rastros visibles de su furibunda voluntad. Un florero roto derramaba agua gota por gota en una esquina de la entrada.

Cerca del elevador, Monique y Pilar tenían las mejillas brillantes y los ojos rojos a causa de las lágrimas, el ver a Jason en ese estado les tenía los nervios de punta, estaban espantadas por el alboroto y la reacción de su jefe. Se escuchaban murmullos múltiples provenientes de la habitación principal.

Hotel Tornasol | LIBRO #2 El JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora