Lo implícito

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Una cosa era segura. Laia y Jason estaban a años luz de poder vivir en paz.

Una semana entera bastaría para que ella diera rienda suelta a sus antojos de hacer de Jason un cohibido miserable, y tendría resultados inmediatos. El asunto era que, lejos de disimularlo, ella tenía la intención de hacerlo notar, a diferencia de quien cambia sus expresiones en una partida de póker con la intención de hacerle sentir al adversario que está al filo de la derrota, antes de finalmente mostrar sus cartas.

Jason consiguió percibirlo desde el primer momento en que apreció la oscuridad inusual en los ojos de Laia tras el encuentro repentino en el baño de su nueva suite; la mujer de sus sueños tramaba algo grande. Y no estaba seguro de poder ocultar por tiempo suficiente su interés al respecto. Estaba al tanto del motivo, alerta; pendiente de cada una de sus acciones dondequiera que fuera, no podía escapar de igual manera. Ahora ella era su socia comercial. Sin embargo, él la conocía tanto que nada de lo que hiciera por debajo de la cuerda podría tomarlo desprevenido.

Durante siete días la vio llega al hotel todos los días más hermosa que ayer, irradiaba confianza y dulzura. En sus ratos libres lejos de la cocina, ella se paseaba por el Tornasol con sus vestidos de verano color pastel, dándole a Jason prodigiosas vistas de sus piernas, de sus tentadores muslos. Después se iba con las chicas por ahí, a celebrar cosas efímeras, como que Pilar había conocido un pretendiente con dinero en medio de una de las conferencias de la convención, misma que duraría tres semanas en el hotel. El tipo era buen sujeto, pero Jason escuchó a Rudy bromear con que este no duraba lo suficiente en la cama porque los movimientos de Pilar eran demasiado vertiginosos.

Ella ni siquiera lo miraba, no por mucho; tampoco necesitaba hacerlo para provocar en él una reacción inmediata. Laia volteaba a verle, a saludarle y hablaba con él tranquilamente sobre asuntos de gastronomía o temas banales, como el clima inestable de Madrid. De vez en cuando se encontraban en los elevadores, las manos de ambos se rozaban al caminar uno junto al otro y luego ella se inclinaba sospechosamente al suelo con la intención de acomodar las correas sueltas de sus sandalias. Zara continuaba presente en su vida...pero Jason no podía sacar a Laia de sus pensamientos ensombrecidos por la lujuria.

Verla trabajar, superarse a sí misma, ser independiente. Más que bella, inteligente, ingeniosa, creativa, espontánea, Laia era maravillosa. Sus vestidos, su sonrisa traviesa, su olor, sus jeans apretados cubiertos de azúcar nevada...esa manera desafiantemente respetuosa de mantener la distancia entre ellos a propósito, aunque estaban muy lejos de estar a salvo de lo que pudiera suceder. El desafío entre los dos era tácito: Laia le había tomado la palabra y él estaba seguro de que no habría modo de mantener la cordura, aunque no se rendiría sin intentar aferrarse a los bordes que rodeaban el abismo.

Adoraba verla ir de un lado al otro por la cocina del hotel aunque no pudiera acercarse, porque vaya que le gustaba colarse en la cocina solo para verla en acción. Admirarla luego en el descanso, espiarla mientras hablaba con las chicas...parecía un maldito acosador en su propio hotel, las bragas de ella seguían ocultas en su habitación. Y la culpa caía sobre ella, sobre sus hombros pequeños seguidos por aquellas clavículas que antes él había recorrido y mordisqueado con sus labios.

Hotel Tornasol | LIBRO #2 El JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora