Fuera de control

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Esa misma noche, sentado en la silla de su oficina en el club Tornasol, Jason atendería la llamada de un número desconocido. No tenía intenciones de probar bebida; de hecho, el solo pensar en whisky le hacía arrugar el ceño, por lo cual se conformó al llenar un vaso con agua fría, reclinándose después sobre el asiento. Llevó el auricular de su móvil a la oreja, y se quedó observando la pared contigua, sus ojos fijos sobre la pintura abstracta dentro del marco de madera color caoba.

—Diga—atendió, sin mucho esmero en ocultar su reticencia a contestar la llamada. La pintura amorfa en la pared de pronto parecía moverse dentro del encuadre. Hubo un carraspeo breve del otro lado de la línea telefónica.

Bradley, me alegra que haya decidido atender mi llamada. —Jorge Lobo celebró, pavoneándose de ser aclamado. Se oían tintineos a su alrededor, como si estuviera en ese mismo instante dentro de algún bar. Jason aguantó el impulso de resoplar, porque la voz de ese hombre le provocaba una intensa repulsión—. Imagino que ya sabía quién le llamaba, después de todo, hemos hablado mucho últimamente.

—Dígame usted, Lobo—respondió Jason, restregándose su cabello negro azabache surcado por cabellos grisáceos—. ¿Cuál es el motivo de su llamada? Porque si es el que yo pienso, no era necesario molestarse.

Entonces, supongo, ha tomado una decisión—aseveró el gallego con la voz gruesa. Hizo una pausa, Jason podía formularse una imagen de Lobo, fumando reclinado en un mueble, mientras sus esbirros lo consentían—. Venga, que tampoco es para tanto, tío. No te pido gran cosa, considerando lo que pudiera pedir si fuera tan hijo de puta como los demás dicen. No soy considerado por ti, lo hago por Laia y el gordo Macini. De seguro ya sabes quién es tu querido suegro, tu amigo el detective gringo lo está investigando. Somos compadres desde hace un buen tiempo.

—Sí, ya lo sé—respondió con tosquedad—. Collins y yo no somos amigos—añadió, no por tener miedo de lo que podría hacerle Lobo, sino porque era la verdad. No podía considerar su amigo al hombre que estuvo tras la pista de James durante años.

Vale, igual no importa. Quiero que consideres mi generosa oferta. Vosotros los británicos, y gringos sois diplomáticos. Yo lo soy, aunque no lo parezca. Siempre he sido un hombre de palabra, nunca busco trifulcas. Además, con total honestidad, ustedes son el menor de mis problemas en este mismo momento. Sois un pequeño grano en el culo en medio de otros granos más grandes. A menos que decidan echarlo a perder, entonces si tendremos unos cuántos problemitas.

Jason se movió en su asiento, impaciente. Daba golpes pequeños sobre el escritorio con las yemas de sus dedos, observando la humedad externa de su vaso con agua.

—No, desde luego que no.

¡Sabio! No esperaba menos. A pesar de todo, me agrada, Jason. Usted no tiene la culpa de lo que su querido amigo le hizo a mi matrimonio. Hablando de agradar, ¿cómo está Laia? Estoy impaciente por verla.

Está bien. Todos estamos bien.

Es bueno oírlo. Si puede, envíele mis saludos a su chica. A menos que ya no sea su chica—Lobo sopesó—, por lo que sé estaban algo distanciados. Qué lástima. —Él concluyó, Jason escuchó una voz femenina junto a su interlocutor—. Vale, entonces, ¿ya está decidido lo que acordamos?

En ese instante, Jason observaba más allá de la pintura, al vacío cósmico en general. No había enfoque en algo específico, solo la nada. Ninguna expresión en el rostro, ningún indicio que pudiera delatar cuáles eran sus sentimientos. Si Laia llegaba a enterarse de aquello, le crucificaría en plena entrada del hotel, frente a la vista de los transeúntes.

Hotel Tornasol | LIBRO #2 El JuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora