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Jason se paseaba campante por su habitación mientras se vestía, ataviándose de su cómoda ropa para dormir; unos pantalones holgados grises y una camiseta blanca. El té aún humeaba vigorosamente sobre la mesita de noche, a medida que en aquella habitación transcurrían los minutos cual si fueran siglos enteros. ¿Qué podría objetar Laia? ¿Algún chiste inteligente? ¿Tal vez una frase con doble sentido? Nada conseguiría hacerles justicia. Esa era la esencia de ellos. La irreverencia, lo inesperado.
—Tienes mejor semblante—soltó la chica al fin, tras lograr su cometido de hablar sin dar titubeos. Por la cara con la cual él la miraba, con aquella sonrisa pícara imposible de ocultar de sus hermosos labios, supo que tendría problemas—. El antigripal está en tu mesa, debes tomarlo antes de que aparezcan el resto de los síntomas.
—Gracias—murmuró Jason, tras sentarse a un costado de la cama, descalzo cerca de la mesa de noche. Tomó la taza de porcelana entre sus manos y dejó el pequeño plato en su regazo, observando a Laia desde su posición. Ella escondía las manos tras la espalda, recta y sonriente, restándole importancia al agradecimiento de Jason, como si no le costara ayudarle.
Cualquiera podría acostumbrarse a eso; alguien que te cuide, alguien con un interés más allá de simples placeres carnales, no los desestimaba; pero sabía que existía un mundo diferente, otro tipo de contacto hacia el interior. Y es que Laia era una mujer tan dulce, tan buena y a la vez tan dañina en distintas formas...aunque para Jason, él se hacía daño solo al querer seguir tras sus faldas, ella no tenía toda la culpa. La palabra "masoquista" quedaba obsoleta en su caso, y no le daba vergüenza admitirlo dentro de su conciencia.
—Ya debería irme—añadió la chica, observándole desde el umbral de la puerta. A Jason le causaba un placer culposo saber que la había intimidado con su atrevimiento. Solo esperaba no haberse pasado de la raya e incomodarla con su ocurrencia de último momento. No es como si fuera una extraña mirándole desnudo por primera vez.
—O puedes quedarte—habló Jason, con tranquilidad—. Solo un rato, por favor.
Laia, al verse comprometida hasta el cuello por semejante petición y su manera de hacerla, ingresó a la habitación y se recostó del otro lado de la cama. Jason encendió el televisor y ambos se quedaron allí, recostados en una calma relativa. Ella se quedaría, solo para asegurarse de que Jason estuviera bien y no le diera demasiada fiebre; podía ser un hombre adulto, pero ella sabía de primera mano cuán inútiles podían volverse la mayoría de los hombres por un simple catarro pasajero. Y el drama que aquello implicaba. Luego, cuando él estuviera bien y dormido, se iría de allí a hurtadillas a la habitación de Monique.
Desafortunadamente, sus planes se vendrían abajo y su misión de enfermera tardaría en acabarse. La fiebre de Jason decidió volver, esta vez más fuerte. Laia buscó la compresa helada en la nevera y cuidó de él, colocándosela en la frente, dando giros de vez en cuando hacia la parte fría. Ella lo miraría del otro lado de la cama con honesta preocupación, asegurándose de que él estuviera cómodo, sin arroparlo, aunque él quisiera estarlo. E incluso medio dormido, Jason balbuceaba par de cosas incomprensibles. Laia temía que él estuviera delirando por culpa de la fiebre.
Se inclinó hacia su cuerpo con el ceño arrugado, escrutándole de cerca. Jason movía los labios al compás de sus sueños en medio de la calentura. Se le ocurrió que podría prepararle un baño en la tina, porque no veía ningún tipo de mejora. El dorso de la mano de Laia continuaba moviéndose de aquí para allá, corroborando sus sospechas.
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Hotel Tornasol | LIBRO #2 El Juego
RomanceBilogía, libro II: El Juego. En este concurrido hotel de Madrid, las habitaciones y los pasillos son testigos de historias de amor, deseo, lujuria, mentiras y pasiones descontroladas.