5.

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Thara

—"No sé si será pecado
desearte con pasión
pero no puedo evitarlo
eso es lo que sueño yo."(1)

—¿Cómo crees que sea él? —pregunté mirando el esmalte de las uñas de mis pies. La conversación con Melissa había tomado matices algo... subidos de tono.

—Como un fenómeno climático; fuego en la cama y hielo fuera de ella — ella hipeo y cerró el libro que me leía en voz alta. —Todo un dom, que te castiga cuando no le obedeces.

No pude evitar largar una sonora carcajada al oír a mi hermana. Ella no sabía cuanta verdad tenía la última parte de su enunciado.

En algún momento de la noche la pequeña bolsita de sangre había sido reemplazada por alcohol. Primero un par de cervezas y luego unos ardientes tragos de vodka.

—Yo espero no embarazarme tan pronto, así al menos lo puedo disfrutar un largo tiempo—dije intentando mover sugestivamente mis cejas. Cosa imposible debido al estado de ebriedad que tenía. —Luego se me estira la vagina con el parto y dicen que no es lo mismo.

—¡Thara! —chilló mi hermana. —Eres una jodida vampiresa, eso les sucede a las humanas.

—¿Tú crees? —arrugué la nariz. —Mamá dijo que no habíamos tenido más hermanos porque después de mi ya no era lo mismo.

Mi madre siempre había sido algo expresiva para referirse a su maternidad no deseada. Me corrijo, deseada a medias. Ella adjudicaba la formación de su familia a los deseos de mi padre por tener hijos y ella como compañera de vida, había cedido. Esa no era una combinación adecuada para cultivar el instinto materno.

—En fin, espero tener un matrimonio pacifico al menos.

Mi hermana sonrió, seguramente pensando en que bromeaba respecto a eso. Ella, al igual que toda mi familia y conocidos, creía que Märco se había fijado en mi la noche anterior, que luego de cruzar un par de "armoniosas" palabras él había sabido que yo era la mujer perfecta que deseaba como esposa.

Y nada más alejado de la realidad.

—Idiota presumido.

Gruñí, pero Melissa ya se encontraba knock out.

**

El halo de mi respiración agitada fue lo primero que pude identificar. Corría, corría tan desesperadamente que mis piernas no parecían obedecer al pedido histérico de mi cerebro por huir. Ellas estaban pesadas y se sentían como imanes contra el húmedo piso. Cada paso era un suplicio.

Dos orbes heladas como el hielo me perseguía. Corría y corría, pero no podía huir.

¿O no quería hacerlo?

Estiré mi mano para tocar las hebras de oro que se desprendían de la cabeza de mi persecutor y una odiosa sonrisa apareció para alertarme.

—¡Que te despiertes!

Con un sobresaltado corazón latiendo a mil en mi pecho respondí al grito de mi madre. Ella me apresuró a alistarme y me quedé de piedra al ver el par de valijas en el pasillo de mi habitación.

—Mamá, ¿Qué...? — demonios, quise decir. Pero ella siguió hostigándome para que estuviera reluciente en unos minutos. —El alemán... es decir Märco viene al medio día...

—Ya es medio día, ellos están esperándote afuera.

Oh no. Doble mierda, que no.

El imaginario reloj de arena que tenia en mi cerebro pareció detenerse y sombríamente me recordó que mi tiempo se había acabado.

HIELO [en tu mirar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora