Capítulo 4

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Cabizbaja, acodada en la barra del Kings y sumamente concentrada en las burbujitas de la tónica, Amelia continuaba dándole vueltas a lo sucedido. Quizás no había sido tan buena idea entrar en el local de la hija de Manolita justo ese día, ni ella se encontraba de ánimo ni el lugar le ofrecía el bullicio típico, con el que había esperado aturdirse esa noche, propio de un sitio al que la gente iba a divertirse. Debía de ser por el partido, pensó sin darle demasiada importancia.

—¿Te pongo otro? —oyó que le decía el chico que la había atendido al llegar.

Amelia levantó la vista, sin apenas moverse, y negó con la cabeza

—No, gracias, creo que va siendo hora de irme... —alzó las cejas y apretó los labios.

—No tengas prisa, cerramos dentro de hora y media —el camarero le guiñó un ojo, le dedicó una sonrisa abierta a pocas interpretaciones y se marchó a recoger unas mesas.

Era guapo. Alto, fuerte, con unos ojos bonitos y, desde luego, sabía sonreír. Además, la camiseta de color aguamarina del uniforme delineaba un torso y unos hombros bien trabajados, pero sin excesos, y la piel todavía tostada por el sol contrastaba como si la tela hubiera estado hecha de neón. Nada fortuito, María había sabido elegir bien a su personal.

—¡Pero, Gustavo, por favor! —Amelia, esta vez sí, levantó la cara al escuchar aquella voz detrás de la barra—. De verdad, este hombre... ¡Uy! —Luisita se paró, sorprendida al verla.

—Hola —le dijo la morena con una suave sonrisa y cierta mirada de confusión. La sorpresa era mutua—. No sabía... que... —Amelia gesticuló con la mano en un intento de explicarse, lo que de repente parecía no poder hacer con palabras—. ¿Eres camarera aquí?

—Sí, bueno, encargada —corrigió Luisi, mientras se acercaba a ella, aunque la música no estaba demasiado alta aquel día.

—Oye, pues —las manos de Amelia seguían moviéndose, esta vez señaló en dirección a El Asturiano—, justo venía de dejarle a Pelayo tu blusa, lavada y planchada.

—Vaya, qué rápida —a la rubia se le escapó una risilla—. Pues, lamento decirte que la tuya todavía está en proceso, mi madre la tiene con bicarbonato, ahí, a ver si sale la mancha.

—¿Cómo? Ay, no... Lo último que faltaba era que encima me tengas que limpiar la camisa, ya la daba por perdida. Además... después de lo que hiciste. Que, por cierto, muchísimas gracias otra vez.

—No fue nada —Luisi le quitó importancia—. Y ¿qué tal te fue?

—Bueno —el ánimo de Amelia decayó de nuevo e hizo que inclinase ligeramente la barbilla hacia su pecho—, la verdad es que no me podría haber ido mejor, creo que salió todo perfecto.

—¿Pero...?

No había que ser un lince para darse cuenta de que había un pero. Ahí no quedaba ni pizca de la ilusión con la que la había visto subirse al autobús la mañana anterior.

—Hace un rato me han llamado. —Amelia la miró desde abajo y vio el interés y la impaciencia reflejados en los ojos de la rubia—. Se han echado atrás.

—¿Cómo? ¡Serán impresentables! —El exabrupto de Luisi fue genuino—. Así nos va, así nos va.

—Pues sí, pero...

—¡Qué poca profesionalidad! No se puede jugar así con las expectativas de la gente, que no es que te llamen para cambiarte la hora de la peluquería, ¡por favor!

A los labios de la morena se asomó con timidez una sonrisa, mientras la observaba, no podía dejar de hacerlo. Aquella chica tenía imán, desprendía pasión y energía, aun indignada por algo que ni siquiera le había sucedido a ella. Su capacidad para empatizar con la otra persona volvió a sorprenderla.

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