Capítulo 16

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Un par de días después, todo parecía normal, las conversaciones entre Luisita y Amelia habían retomado su ritmo habitual, aunque la rubia sentía que todavía había algo que no fluía con la suficiente naturalidad. Y con razón. Ninguna de las dos había hablado del tema, de lo que pasó aquella tarde y de por qué ese distanciamiento durante tantos días. Pero, aunque ambas actuasen como si no hubiese sucedido y pudieran optar por creer que quizás la otra no se hubiese dado cuenta o que sencillamente prefiriera hacer como si no hubiese pasado, cada una era muy consciente de su parte en todo aquello. Luisita sabía que se había excitado con las caricias de Amelia y había deseado mucho más y, por su parte, la morena seguía culpándose por no haber conseguido contener sus ganas como llevaba haciendo desde hacía meses. Sin embargo, eso era algo que sobrellevaba cada una en silencio, sin atreverse del todo a sincerarse, ambas aterrorizadas con la idea de perderse.

Aquella mañana, tumbada en su cama, remoloneando un poco de más antes de levantarse, Luisi recordó cómo había sido aquella clase de yoga. La sesión había estado bien, se habían concentrado bastante, dadas las circunstancias. A Amelia se le notaba que llevaba años practicándolo, Luisita sabía que siempre que tenía un momento libre o se sentía estresada de más, la cantante solía tender la esterilla en casa y se dedicaba un rato a sí misma. Y hasta ahí todo bien, pero con lo que no había contado era con la parte de los vestuarios. La rubia se mordió el labio y alzó la barbilla hacia el techo, al recordar la imagen de Amelia saliendo de la ducha únicamente con una toalla roja alrededor del cuerpo.

—¿Tú no te duchas? —le había preguntado extrañada y ella solo había podido asentir sin terminar de reaccionar—. ¡Pues espabila, que te van a dejar sin agua caliente!

En aquel momento, si Luisi hubiese tenido la capacidad de pensar, quizás hubiese valorado los posibles efectos beneficiosos del agua fría en su estado de ánimo. Sin embargo, lo único que había podido hacer fue huir despavorida al ver que la morena había empezado a quitarse la toalla para vestirse.

De vuelta a la realidad de su habitación, estiró la mano hasta la mesilla de noche para coger el móvil y entrar en su cuenta clandestina de Twitter, compartir lo que le estaba sucediendo con aquellos desconocidos se había convertido en una especie de vía de escape y, sobre todo, en una ayuda y un apoyo que de algún modo necesitaba recompensarles. Así que, a falta de otra cosa mejor que poder ofrecerles, trataba de ser lo más sincera posible con ellos y, de paso, consigo misma.

@Ldesorientada

Esa toalla roja

Luego comprobó los mensajes que tenía en el grupo de Whatsapp que habían creado para lo de aquella tarde. Respondió confirmando hora y lugar, tenía muchas ganas de ir pero sabía que era mejor no compartirlo con su familia porque siempre que iba a algo así, sus padres no podían evitar preocuparse y hacerle mil y una recomendaciones. No los culpaba en absoluto, pero tampoco le apetecía estar escuchándolos ni ir sabiendo que ellos estarían pasándolo mal por ella. Antes de cerrar la aplicación, entró en la conversación que tenía con Amelia, el último mensaje había sido de la noche anterior, despidiéndose. Hoy todavía no se habían dicho nada, así que Luisi, con esa nueva necesidad de saberla presente al otro lado, le mando un único emoticono.

😛

***

Las horas habían pasado rápido, más de lo que a Luisita le hubiera gustado porque ahora llegaba tarde. Corrió por el vestíbulo de la estación de Quevedo, no era la que más cerca estaba de su casa, pero sí la que mejor le venía para llegar hasta Banco de España en la línea 2, curiosamente, la roja. Justo cuando pisó el andén, se oyó el silbato que avisaba del cierre de puertas. Estaba mal y era peligroso, lo sabía, pero aun así dio dos saltos y se coló en el último momento. Ignoró las miradas del resto de pasajeros, cada uno con su propio juicio sobre lo que acababa de hacer, y se quedó de pie junto a la barra de la plataforma central. El tren, finalmente, echó a andar y Luisita miró el reloj de su móvil. No iba tan mal. En unos diez o quince minutos estarían en Ópera, donde se encontraría con el resto del grupo, y de allí hasta Cibeles sería lo difícil porque el metro estaría abarrotado, pero cuantos más fuesen, mejor.

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