Capítulo 27

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Primero fue un chillido de Catalina y luego vino el griterío del resto de sus hermanos. Luisi se removió en la cama, sin terminar de despertarse pero molesta con tanto jaleo. Después se abrió su puerta de golpe y Ciriaco se tiró en plancha sobre ella, Catalina se subió a los pies de la cama y comenzó a saltar haciendo que rebotase contra el colchón. Dos segundos más tarde, Manolín entraba con una pandereta y cantando una versión estilo libre de un villancico que hablaba de un burrito de camino a Belén.

—Luisita —la llamó Marisol a media voz—. Por favor, ¿puedes levantarte ya para que mamá nos deje abrir los regalos?

Luisi la miró un par de segundos y acto seguido la agarró de los brazos para tirar de ella y hacer que cayese en la cama a su lado. Entonces, todos empezaron a hacerse cosquillas y los gritos se mezclaron con las risas durante varios minutos hasta que, por fin, Manolita se plantó en la puerta, móvil en mano, y giró la pantalla para que su marido pudiera ver a través de videoconferencia lo que estaba sucediendo aquella mañana de Reyes.

—¡Buenos días! —Saludó sonriente, pero nadie lo oyó—. ¡Manolín, deja de saltarle en la cabeza a tu hermana, hombre ya! Pero ¿esto qué es, Manuela?

—¡Niños! ¡NIÑOS! —Todos se detuvieron y miraron hacia su madre—. Vamos a ver qué nos han dejado los reyes debajo del árbol, y dadle ahora mismo los buenos días a vuestro padre, que os estaba hablando.

Apenas veinte minutos después, todos los regalos estaban abiertos y cada uno comprobaba los detalles de los suyos. Luisita estaba sentada en el sofá, disfrutando de ver las caras ilusionadas de todos, incluso esa chispita que brillaba en los ojos de su abuelo por mucho que tratase de disimularla.

—Toma, hija, creo que esto es para ti. —Su madre le acercó la tableta con la aplicación del correo abierta.

Luisita observó el remitente, era melchorpersonalassistant@esemail.com, la bandeja de entrada tenía varios mensajes, cada uno para uno de sus hermanos, incluida ella. Instintivamente, los ojos se le fueron al usuario y vio que esa cuenta le pertenecía a buzondelosgomez@esemail.com. Se le erizó la piel al comprender de qué se trataba y, con el primer parpadeo, se le escapó una lágrima y después otra. Pero respiró hondo y trató de controlarse, no era el momento. Se aclaró la garganta, se limpió la cara y llamó la atención de sus hermanos, les iba a leer en voz alta a cada uno su mensaje correspondiente. Pero, antes de empezar, alargó la mano hacia el teléfono que sostenía su madre y besó la pantalla.

—Gracias —le dijo y Marce, al otro lado, tuvo que quitarse una pestaña que le había entrado en el ojo.

***

No mucho después, la videollamada tuvo que terminarse, a su padre lo esperaban en la cocina, debía seguir elaborando el menú del hotel para aquel día. Por extraño que pareciese no pasar los Reyes en casa con la familia, había mucha gente que prefería y podía permitirse el lujo de pernoctar en un hotel de cinco estrellas y que les llegasen allí los regalos.

Con todo el salón todavía empantanado de papeles, cajas y cosas a estrenar, Manolita llamó al orden a sus hijos para que se sentasen a la mesa, se les iba a juntar el desayuno con la comida del mediodía. Pelayo había sacado ya la jarra con chocolate caliente e iba sirviendo hasta la mitad en cada taza, sabía que a sus nietos les gustaba añadirle luego leche fría o incluso mojar allí el roscón.

Cuando no llevaban ni cinco minutos desayunando, sonó el portero automático. Era Benigna que, como cada año, llegaba a media mañana y traía consigo un pequeño detalle para todos en nombre, eso sí, de Sus Majestades los Reyes de Oriente. Y, también como cada año, su taza estaba bocabajo sobre el platillo en un lado de la mesa a la espera de que ella apareciese y compartiera ese momento con la familia de su mejor amiga y, en cierto modo, un poco la suya.

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