Capítulo 29

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Aquella noche habían tenido un evento privado, una entrega de premios de un estudio de arquitectura muy importante, tanto como para conseguir que el Kings cerrase sus puertas al público habitual. El cliente, además, había pedido un servicio de catering, del que se había encargado el propio Marcelino, e iban a facturarlo a nombre de El Asturiano. Por otro lado, María había contratado de nuevo a algunos de los chicos que estuvieron como extras en Nochevieja para echarles una mano y, menos mal, pensó Luisi, porque muy pijos, muy influyentes y mucho smartphone caro, pero los arquitectos aquellos comían y bebían con más ganas que un mendigo. Esa era otra, las cajas de whisky y ginebra que habían tenido que pedirle a su abuelo porque, en un determinado momento de la noche, se habían quedado sin existencias. No había sido un fallo de previsión, sino que nadie les había avisado de que aquella gente tenía semejante sed, palabras textuales de María, que pretendía añadir ese recargo a la parte que el cliente todavía no había abonado.

Y todo eso era lo que, en su papel de encargada, trataba de organizar Luisita en el despacho del Kings apenas media hora después de que el evento acabase. No tenía por qué hacerlo en aquel momento, podía dejarlo para mañana o, incluso, para la semana siguiente. Pero estaba demasiado inquieta como para irse a casa a dormir, y la persona con la que tenía ganas de hablar era precisamente la que se le negaba. Durante unos segundos, se le pasó por la cabeza lo inconveniente que podría llegar a ser mantener una relación de índole romántica con quien ya era su mejor amiga, pero aquella idea se desvaneció tan pronto como había llegado, lo único que necesitaban era seguir hablando como habían hecho hasta hacía unas semanas, antes de que sus miedos cortasen la comunicación entre ellas.

Luisita apretó los labios, respiró hondo y trató de concentrarse en la pantalla del portátil, pero el timbrazo del teléfono fijo que María tenía sobre el escritorio la sobresaltó. No se esperaba una llamada a esas horas allí y se temió lo peor, que algo le hubiera sucedido a su familia. Así que descolgó con el estómago encogido por la angustia.

—¿Sí? —Trató de decir, pero los nervios habían tensado los músculos de su garganta y la voz apenas le salió. Carraspeó y volvió a intentarlo—. ¿Sí, dígame?

–¿Luisi?

—Sí, Benigna, soy yo ¿Ha pasado algo?

—No ha pasado nada, pero ¡hasta que te localizo! ¿Qué, tú también has perdido el móvil? —La referencia a Amelia no le pasó desapercibida, pero prefirió ignorarla—. Esta mañana te he escrito pero no lo has mirado siquiera y, luego, te he estado llamando pero no lo coges.

—Ah... Es que, verá, hemos estado muy liados con un evento de unos arquitectos aquí en el Kings... —Luisita se levantó para sacar su teléfono del bolso y ver qué era aquello tan urgente que le había enviado Benigna.

—Ya, ya, si estaba yo en El Asturiano cuando ha ido Miguel a por el whisky. Pero no te llamaba por eso, sino por los mensajes, son de Amelia.

—¿Cómo? —Luisi paró en seco al oírla.

—Eran para ti, pero... se debió confundir y me llegaron a mí.

—Ah. —Se miró la mano donde llevaba el móvil y sintió el vértigo de la incertidumbre, pero también el miedo a enfrentarse a un rechazo para el que no estaba preparada, así que lo bloqueó de nuevo—. Gracias, luego los leo.

—No, léelos ya —le ordenó Benigna, con la voz manchada de cariño—, ella sigue esperando tu respuesta... La tienes enamoradita perdida, pero cómo iba a ser de otra manera con lo bonita que eres.

—No sé de qué me habla, yo no... —ruborizada trató de justificarse, pero no encontraba la manera, era difícil tapar el sol con un dedo.

—Sssh, no necesito que me des explicaciones. Solo quiero que te des la oportunidad de ser feliz sin miedo a que te juzguen.

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