Capítulo 24 (Muestra)

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Capítulo 24

Aurora Flecher

La mañana nos recibió cálidamente. Despejé las cortinas y abrí las ventanas. Aquel Gólem de Hielo y yo fuimos a desayunar, luego nos sentamos tranquilamente en unos sillones que había en la sala de descanso del hotel. Más tarde, Alexander se encaminó a terminar de cerrar unos negocios aquí, en Francia.

Las maletas estaban listas. El 1 de noviembre partiríamos a Nueva York. Según me había explicado Alexander, estaban sucediendo algunas cosas y él era el único que podía resolverlas.

Me alegraba volver, ya vería a mis padres e intentaría arreglar las cosas con Lily. Puse mis ojos en el reloj de mi muñeca: 2:35 p. m.

––Espero que estés lista. —La voz de Alexander hizo que volteara adonde se encontraba él.

—Lo estoy. —Sonreí para el hermoso hombre que se encontraba frente a mí.

––Bien. —Me miró—. Vamos a comer. —Me devolvió la sonrisa.

Asentí y me encaminé adonde se encontraba para luego entrelazar nuestras manos. Salimos de la habitación y nos adentramos en el elevador, pero, a pesar de que hacía más frío que en el Polo Norte en ese pequeño lugar llamado ascensor o elevador, con Alexander sentía un calor que poco a poco me carcomía.

Alexander desabotonó dos de los botones de su camisa y yo hice como que no me di cuenta.

¿Qué es lo que sucede?

De repente, unas grandes y gruesas manos se dirigieron a mis caderas. Los ojos azules de Alexander se encontraban totalmente oscuros y, en lo que yo me encontraba distraída mirando los dos océanos que tenía por ojos, él aprovechó y llevó sus labios a mi cuello, depositó algunos besos y luego nos sumimos en un beso arrasador.

En un acto desesperado, coloqué mis manos en su suave y negro pelo a la vez que le devolvía el beso de la misma forma. Sus labios eran suaves, tibios y como probar la fruta más dulce; su aliento me mataba por ese toque de menta del Jack Daniel's; sus labios eran, simple y sencillamente, tentadores.

Alexander retiró sus labios, dejándome con ganas de más y una gran cara de confusión.

—Alguien tiene hambre —dijo burlón.

¡Sigue siendo un desgraciado!

Me acerqué a él para después poner mis brazos alrededor de su cuello; despacio, acerqué mis labios a los suyos.

—Si escoges ese camino, no me controlaré y, por si no lo has notado, estamos en un lugar muy incómodo para hacer lo que estoy pensando —dijo roncamente.

Me abalancé encima de Alexander, ignorando completamente sus palabras anteriores. Me equivoqué al pensar que no me correspondería el beso, porque fue todo lo contrario; me lo correspondió con fuerza y fiereza. ¡Dios, amo a este hombre!

Un carraspeo se escuchó a lo lejos, pero, a pesar de no saber de quién provenía, lo ignoré. Alexander mordió mi labio inferior y luego se despegó de mí, dándome la oportunidad de ver a un hombre mayor, vestido con jeans, chaleco y un sombrero.

¡Qué vergüenza! No sabía dónde meter la cabeza, así que solo bajé la cabeza, no sin antes mirar a Alexander, quien lucía un rostro despreocupado. ¡Maldito!

El señor cuyo nombre no sabía abordó el elevador silenciosamente, mientras a mí me comía viva la vergüenza y el rubor. Y aquí es cuando el amor me dice: ¡no me culpes por lo que te sucede por estar de intensa!

Tras unos minutos, agradecí que saliéramos del elevador y nos dirigimos al restaurante mientras, en el camino, le daba pellizcos a Alexander y él solo me tiraba miradas enfadadas. Como siempre, Alexander pidió la mejor mesa del lugar y para comer ordenó turnip cake, o pastel de nabo, hecho con rábano rayado y harina de arroz. La cocina cantonesa no deja de sorprenderme, pareciera que siempre busca la manera de hacerme decir ¡wow!

—Quiero el apellido del tal Evans —pidió Alexander con enojo.

¡Este chico tiene serios problemas emocionales!

—¿Otra vez con eso? —pregunté esperando a que el mesero trajese los platillos.

—¡Dímelo! —ordenó.

—¿Para qué quieres saber? —pregunté curiosa.

—Dime —volvió a decir.

¡Pero qué hombre más necio!

—Dime tú. —Sonreí

—Con lo mío nadie se mete, y él no es ni será la excepción —dijo rabioso.

—¿Celoso? ¿Otra vez? —pregunté.

—Es difícil no estarlo —Enarcó una ceja.

Alexander de repente se levantó de su asiento, y únicamente dijo:

—No te muevas de aquí.

Yo solo asentí a modo de respuesta. Mi celular llevaba varios segundos sonando y no sé por qué no me dignaba a tomarlo, hasta que me colmó la paciencia. Observé la pantalla y fruncí el ceño al ver un número desconocido.

—Hola, ¿con quién tengo el honor? —pregunté con el ceño aún fruncido.

—Cristóbal Lombardi —una voz suave detrás de la línea respondió.



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¡Muchas gracias por leer ! 

Me Casaré Con El Magnate  [1] (YA A LA VENTA EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora