Capítulo 30 (Muestra)

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Capítulo 30

Aurora Flecher

—¡Buenas tardes! —exclamé sonriendo.

Debía aprender a jugar su juego o si no, él me acabaría.

Su peligrosa mirada azul se posó en mí, regalándome leves escalofríos en distintos lugares del cuerpo.

—¿Qué quieres? —preguntó fríamente y con el ceño fruncido.

Así no vamos a comenzar el día, señorito.

—Primero buenos días, maldita bestia —dije tranquilamente mientras observaba cómo Alexander enarcaba una ceja.

—¿Cómo me estás hablando?

¡Uy!

—Como escuchaste.

Ya me cansé, ¡joder! Me cansé de que las cosas se hicieran a su manera; ahora me toca a mí, es mi turno.

—¿Dónde estabas? —pregunté casualmente.

—¿Por qué crees que te responderé a eso? —preguntó sonriendo.

No sonrías, desgraciado.

—Eso no lo sé, pero yo que tú respondería —dije a la vez que tomaba un lápiz negro de sus portalápices y lo ponía en mis labios.

—En casa de mis padres —respondió mientras me miraba a los ojos.

—¿Ah, sí? —pregunté mientras desabotonaba dos botones de mi camisa, provocando que Alexander llevará los ojos a ella.

—Conmigo no funciona lo que funciona con todo el mundo —aclaró mirándome a los ojos.

Eso ya lo veremos. Expulsé una gran cantidad de aire.

—Eso el tiempo lo demostrará —respondí para después apresar mis labios entre mis dientes.

—Yo no cojeo del pie del que todos los hombres andan cojeando, amor.

—Yo creo que sí. —Susurre — Si te llegaras a enamorar de una persona, ¿se lo dirías? — Pregunte

¡Vamos, Alexander! Una leve sonrisa se posó en sus labios.

—No se lo diría. —Busqué algún signo en su rostro que me dijera que estaba mintiendo, pero no había nada—. El amor es un juego en el que, por uno, pierden los dos. —Miró el gran ventanal que se encontraba a su derecha—. Por eso siempre he preferido los juegos en los que sé que voy a ganar, pase lo que pase. Ganaré. —Se escuchaba muy seguro de sí mismo.

—¿Y quién te dice que ganarás en este? —Enarqué una ceja.

—No hace falta que nadie me lo diga si ya lo sé —dijo para luego levantarse de su asiento.

¡Maldito sea este hombre!

Alexander Walton

Me había acostumbrado al ardor que provocaba el whisky en mi garganta cada vez que buscaba perderme entre el líquido.

Es inútil que alguien con la sangre de un Walton o un Heister, ame o se enamore. Siempre la historia acabará de la misma forma, con muertes y más muertes.

En mi familia hay un legado, el cual ha perdurado por cientos de años, ciclos quizá. Siempre hemos tenido dinero, siempre hemos sido personas de temer, y ¿Cómo no? Sí, matamos todo lo que se nos atraviesa, pero ¿por qué?

Hace tiempo un hombre llamado Densell Walton nació en un pequeño pueblo. Él, como el resto de sus habitantes, era pobre, vivía en una situación sumamente paupérrima. Pero sucede que un día alguien tocó su puerta para que le hiciera un trabajo. Él aceptó sin saber cuál era su asignación; cuando, en menos de lo que se esperó, una mañana llevaba un arma de fuego en una mano y un cadáver en el suelo. Pasaban e iban años; él se había convertido en un asesino a sangre fría, con mucho dinero, eso sí. Ya no pasaba hambre, ya no pasaba frío, ya no lo humillaban, ahora quien humillaba era él. Conoció a una bella mujer, tuvieron hijos y para su mala suerte les inculcó lo que hacía. Una familia de asesinos.

Los hijos de él les enseñaron a sus hijos y así continúo el legado.

Mi familia no es perfecta, tiene más imperfecciones que cualquiera y eso la hace única. Matamos porque lo llevamos en la sangre.

—Debemos hablar.

La irritante voz de Sanya me sacó de mis pensamientos.

—¿A quién le pediste permiso para entrar? —pregunté mirándola a los ojos.

—Toque varias veces y no respondiste, así que entre — Sonrió — Quiero hablar contigo

Aurora se fue al parecer.

—Y yo quiero que me complazcas —susurré.

—¿Qué quieres? —inmediatamente preguntó.

—Que borres del mapa a alguien — Susurre

El rostro de Sanya se mantuvo intacto, me conocía, esto no era algo anormal para ella

—Dame un nombre y un apellido, yo me encargo de lo demás — Respondió a mi pedido

—Evans Paniagua — Susurré mientras me movía por el lugar en busca de una carpeta, de la cual saque una fotografía, luego de encontrarla entre tantas carpetas color gris.

—Hecho —dijo luego de recibir la fotografía que le cedi, para después salir de mi oficina.

Ya me estaba tardando en desaparecer a ese inútil.

Me fui hacia el pequeño bar, me serví un trago y después de un sorbo me lo terminé, mientras miraba la ciudad a través del balcón. 

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¡Muchas gracias por leer ! 

Me Casaré Con El Magnate  [1] (YA A LA VENTA EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora