Las oscuras calles de Nuevo Rider es un lugar en el que debes mantenerte alerta, pero para quienes deseaban pasar desapercibidos les venía como anillo al dedo. Los barrios bajos estaban habitados solamente por borrachos dormidos, personas haciendo intercambio de dinero por sustancias o una que otra pareja que aprovechaba la escasa luz para sus encuentros carnales.
Las pandillas callejeras debían pasar su noche en bares o burdeles bebiendo y divirtiéndose antes de terminar en una riña; el ritmo de la música electrónica escapaba a través de las paredes de ladrillo rojo y cada vez que se abría una puerta la melodía era más fuerte acompañada del sonido de las botellas al chocar, la risa de las mujeres que acompañaban a los hombres a cambio de dinero, y el ambiente de felicidad que invitaba a cualquier transeúnte nocturno que quisiera pasar un buen rato a entrar.
Pero el hombre pasó de largo el lugar adentrándose en un callejón; apretó el maletín contra su cuerpo protegiéndolo hasta de la sombra de algún gato que buscaba comida en la basura o de las ratas que escapaban de estos metiéndose a la alcantarilla más cercana. Llevaba un objeto que guardaba años de trabajo, esfuerzo y que, estaba seguro, podía cambiar el rumbo de la historia, pero que en manos equivocadas podía dar resultados fatales.
Escuchó pasos detrás de él, y se apresuró a sacar el revólver de su abrigo con mano temblorosa. Había preferido no pelear, pero sabía que no podía evitar que sucediera aún si se trataba de un simple borracho o drogadicto buscando dinero rápido para conseguir sus vicios. Había tantas personas tras aquel tesoro invaluable, transportarlo significaba estar dispuesto a ser perseguido por el peligro y por ende tenía que estar preparado.
Se volvió hacia quien fuera que lo estuviera persiguiendo para enfrentarlo, sostuvo el maletín del haza con una mano y apuntó con la otra.
—¿Quién eres? —interrogó—. No tengo dinero, ve a asaltar a otro.
—Tranquilo doctor, soy de los suyos.
El extraño salió de entre las sombras dejando que la poca luz de los faroles iluminara una parte de su rostro, tenía los brazos hacia arriba mostrando que estaba desarmado, sin embargo, sus manos estaban cubiertas por guantes negros; detrás de él un chico y una mujer lo acompañaban. El hombre del maletín palideció y el arma casi resbaló de su mano, sus piernas temblaron amenazando con derrumbarlo, pero logró sostenerse.
—¿Cómo es posible?
—¿Me recuerdas, Jacob?
—¡¿Cómo es posible?! —repitió elevando la voz—. ¡Tú no deberías estar aquí!
—¿En Nuevo Rider?
Jacob negó con la cabeza.
—En este mundo. Tú moriste.
El hombre sonrió mostrando las verdaderas secuelas de su accidente, la comisura izquierda de su labio se abrió más de lo que debía, y su ojo de ese mismo lado destelló en amarillo. Jacob sintió nauseas.
—Jacob, resulta que lo que creamos puede incluso eliminar la muerte. Me siento más fuerte que nunca, aunque mi belleza se vio un poco afectada —bromeó—. Eso que tienes en el maletín es una respuesta. Es nuestra oportunidad para enfrentar a esas malditas criaturas que vinieron a invadir nuestro mundo.
—Fueron los arcanos los que...
—¡Los arcanos son una mierda! —exclamó—. No han hecho nada bueno por nosotros.
—No deberías decir eso en voz alta Aillar. Fue tu propia familia, los Mortland, primero que nadie quien entabló una relación con ellos.
—Y mira cómo les pagaron —Aillar se encogió de hombros bajando los brazos, se acercó hacia Jacob con paso lento—. Mira lo que hicieron. Lo que le hicieron a su favorita, Dearsul Mortland; nos maldijeron a todos.
—Aillar —cargó el arma preparada para disparar, sin embargo su antiguo amigo no dejó de avanzar.
—Esos dioses falsos reiniciaron nuestro universo, eliminaron a millones. Y ahora todos culpan a los Mortland por eso, mientras que los Fairweather son los héroes.
Jacob le apuntó a la cabeza. Aillar dejó de hablar, y por un momento Jacob pensó que se había apagado como una máquina. Su respiración era pesada, como si luchara por introducir oxígeno a sus pulmones, algunos mechones de su cabello y piel habían desaparecido dejando ver su cráneo al descubierto, o quizás solo era un mal reflejo de la luz.
—Detente —suplicó Jacob a quien alguna vez fue su mejor amigo y socio hacía veinticuatro años.
Tras una larga pausa Aillar abrió la boca.
—Dame el maletín.
—Sabes que no puedo hacer eso.
El hombre miró a Jacob como si lo hubiera apuñalado.
—Teníamos tantos planes. Una verdadera causa.
—Aún podemos redimirnos. Piensa en tu familia, en tu hijo.
Bajó el arma. No podía convencerlo si le estaba apuntando, tenía que transmitirle seguridad a pesar de que lo miraba con ojos sin vida. Pero esto solo fue una oportunidad para Aillar.
—Jacob. Eres un traidor.
Y lo apuñaló en el pecho. Jacob se tambaleó, pero Aillar lo sostuvo o al menos eso parecía. La realidad era que lo mantenía de pie porque su brazo había atravesado completamente su cuerpo.
Traspasó órganos, músculo y la sangre chorreó en gran cantidad. El sujeto vomitó aún más por la boca, su vista se nubló, poco a poco Aillar lo bajó arrodillándose junto a él. Sacó su brazo con la misma rapidez con la que lo atravesó, el suelo quedó teñido de carmesí y las paredes salpicadas de rojo.
Sostuvo a Jacob en sus brazos mientras su vida se desvanecía, al mismo tiempo en que sus acompañantes recuperaban el maletín y verificaban su contenido. Una parte de él le decía que había hecho lo correcto al eliminar a un traidor y recuperar su trabajo, pero por otro lado sentía un dolor en su corazón inmóvil.
—Lo siento mucho Jacob, no quería que terminara así. Lo juro. Lo siento tanto.
No hubo reacción, pero Jacob trataba de formular algo con sus labios.
—Perdóname, perdóname —siguió diciendo.
—Aillar... Jamás la encontrarás.
Este bajó la mirada hacia su amigo, pero ya no respiraba. Permaneció con los ojos abiertos, siendo él lo último que vio antes de morir. La imagen de un monstruo.
—Prometo traerte de regreso, hermano.
Le bajó los párpados con su mano manchada de la sangre de su amigo antes de dejarlo en el suelo. Tomó el maletín girándose para irse.
—Espérame, volveré por ti.
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El Dominio del Rey (#1)
RomanceClaire es una costurera que, por azares del destino o una simple equivocación, termina convirtiéndose en la esposa de un mafioso muy peligroso cuya organización reina en la ciudad y es una tentación andante. Tendrá que hacerse pasar por una mujer de...