Capítulo cinco.

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—Contesta —ordenó

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—Contesta —ordenó.

Me temblaban las manos, no me atrevía a mirarlo pues temía que, si movía un solo músculo, dispararía. Un sudor frío me recorrió la espalda y mi voz salió temblorosa.

—Ya le expliqué. Nadie me envió.

—¿Entonces ese chip de rastreo llegó a tu teléfono sin que te dieras cuenta?

—Lo juro, yo no sabía que estaba ahí.

Guardó silencio por unos minutos que parecieron eternos, finalmente alejó el cañón del arma retrocediendo, pero yo permanecí inmóvil en el suelo.

—No puedo dejarte ir hasta confirmar lo que dices. Así que te quedarás aquí.

Tragué saliva. Por lo menos había dejado de lado la idea del matrimonio, eso no quería decir que mi situación mejoró por quedarme donde él pudiera verme, estaría encerrada, sería su prisionera, pero tenía la oportunidad de libertad.

O eso pensé.

—Pero —agregó—, si vas a estar aquí tendrás que serme útil.

Tomó asiento en un sofá individual cruzando las piernas, giró el arma en sus manos y la luz se reflejó en el metal de esta. Estaba claro que tenía experiencia en su uso, parecía más una extensión de su propio brazo. ¿Cuántas vidas había arrebatado ya?

Sentí un escalofrío.

—¿Útil de qué forma? ¿quiere que limpie su casa?

—Parece que lo has olvidado. Vuelvo a hacer mi propuesta. Dinero, seguridad, protección a cambio de que se case conmigo.

La situación era complicada y mi cabeza empezaba a dar vueltas. Por un lado, si lo rechazaba y me iba, aquella organización vendría a buscarme, para torturarme y finalmente asesinarme de la forma más brutal que pudiera imaginar, este hombre que tenía en frente me prometía protección de ellos, lo que demostraba lo poderoso que era para no temerles.

Ese era el otro lado de la moneda, si me quedaba con él sería capaz de todo. No lo conocía, pero su simple aspecto ya era de temer, cicatrices en el rostro con una historia por contar, me sobrepasaba en altura, tenía manos fuertes preparadas para destrozar lo que se pusiera en camino, me superaba en fuerza y siempre iba armado. Todo en él gritaba peligro.

Sin embargo, si lograba ganarme su confianza podría armar un plan para escapar, conseguir dinero, comprar un teléfono y llamar a Elliot. Huir y ser libre. Solo necesitaba un poco de tiempo.

—Tengo mis condiciones —dije obligándome a levantar la mirada.

—Te escucho.

—Protegerás a mi familia también, ellos no se encuentran en la ciudad, pero no significa que estén a salvo. Y quiero un doctor que atienda a mi padre las veinticuatro horas, los siete días de la semana. No será difícil para ti.

El Dominio del Rey (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora