Capítulo ocho.

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¿Dónde estaba Elliot?

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¿Dónde estaba Elliot?

Regresar al departamento fue un alivio que no podía permitirme disfrutar. Apenas llegamos, corrí a quitarme la ropa sucia y tallarme bien la piel con tal de eliminar cualquier rastro de sangre, incluso por debajo de las uñas. Me quedé unos minutos en la tina pensando en la horrible escena que no dejaba mi mente y repasé los hechos ocurridos hacía unos momentos.

Elliot, ¿habría llegado a enfrentarlos? ¿Pensaría que había muerto en el atentado? O tal vez, ¿creería que lo llevé a una trampa?

Si hubiera estado sola, si me hubiera negado a casarme con Carson, ¿habría terminado como aquel cadáver? ¿Me habrían seguido hasta matarme? O peor, ¿habrían ido al taller de costura donde no solo me matarían a mí, sino también a Patsy y Agnes?

Ellas debían estar bien, siempre y cuando me mantuviera lejos. Y yo no podía dejarme vencer por el miedo. No mientras esa organización siguiera buscándome. Él también debía estar bien, aún buscándome y yo tenía que seguir enviándole señales.

Salí de la tina envolviéndome en una toalla. Me puse unos jeans, una camiseta sencilla y zapatillas deportivas antes de salir, no me molesté en secarme el cabello, ni en recogerlo. Caía húmedo sobre mis hombros y espalda.

Vi a Carson hablando por celular, no entendía su idioma, pero supuse que el tema era el suceso que acabábamos de pasar. Al notar mi presencia, colgó y dirigió su atención a mí.

—¿Estás bien?

Asentí.

—No estoy herida, solo tuve una impresión muy fuerte.

—Lo siento, debí ser más precavido. A todos nos tomó por sorpresa.

—¿Eran ellos? —pregunté—. La liga.

—Es lo que voy a averiguar.  Pero tranquila, ya estás a salvo.

Era imposible tranquilizarme en un momento así. Fueran ellos u otros, el objetivo era el mismo. Las manos no me habían dejado de temblar, y aunque me sintiera estúpida por tener esos sentimientos, mi mente y corazón me decían que me resguardara en él.

Carson se acercó a mí, parecía luchar con sus propias intenciones, decidiendo si estaba bien o no lo que quería. Al final fui yo la que se lanzó a sus brazos y él me recibió rodeándome con estos, deslizó una mano por mi cabello húmedo.

—Quiero que sepas que esto es algo que es muy común en este tipo de trabajo, no me gustaría que te acostumbres, solo ten en cuenta que existen posibilidades de que ocurra algo así en cualquier momento. 

Suspiré profundamente. La prueba de lo que hablaba estaba en él, en sus cicatrices, en la línea que dividía su rostro, ¿cuántos peleas habría pasado? ¿Cuántos enfrentamientos? ¿A cuánta gente habrá matado?

¿Se podría estar tranquilo alguna vez?

—Gracias, por protegerme.

—Te lo prometí.

El Dominio del Rey (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora