Capítulo uno.

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Nuevo Rider

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Nuevo Rider.

Odiaba el verano por dos simples razones, la primera se debía a que era la época en que había más carga de trabajo, por ende, más horas extras sin descanso para comer y mucha presión. La segunda porque hacía un calor del infierno dentro del transporte público.

Una mujer, cuyo vestido abarcaba gran parte del espacio, me empujó desde atrás haciendo que me golpeara la cadera con el tubo vertical del pasamanos. Apenas logré escuchar cómo la persona se disculpaba haciendo espacio entre la gente para llegar a la puerta de salida. El tranvía se detuvo en la estación Lillypad, lugar que conectaba con la línea directa a los distritos más altos, donde la vi bajar de prisa junto a otras personas; su salida no proporcionó ninguna diferencia de comodidad pues otro grupo entró y solo hizo que algunos se quejaran por perder su espacio personal.

El transporte estaba abarrotado de personas siendo apenas las siete de la mañana, estaba segura de que al menos la mayoría de ellos, contándome a mí misma, eran trabajadores en camino a su labor y otros que iban de regreso a sus hogares, estudiantes y amas de casa en camino de llevar a sus hijos a las escuelas. Podía clasificarlos por su forma de vestir, había obreros, enfermeras, albañiles, mineros, todos con una paga que apenas alcanzaba para comer.

Al menos en el taller de costura donde laboraba pagaban considerablemente bien, estaba ubicado en un buen sitio, y aunque la clientela era la misma gente pobre y pagaba cifras muy bajas, también venían personas de clase media que lo mantenían con una buena reputación. El taller se encontraba en el centro de la ciudad, y era famoso en esa parte por los hermosos vestidos que colocaban en el mostrador. Todo diseños míos.

No era lo que esperaba al llegar a Nuevo Rider en busca de mejores oportunidades, pero se acercaba un poco a lo que quería. No todas las modistas famosas empezaron desde lo alto, pero sí que comenzaron en las calles de la ciudad con sueños que pensaban eran muy lejanos.

Mi momento de ensueño se interrumpió cuando las voces de la gente alrededor se unieron para comentar algo en común. Todos señalaban un lugar por el que pasamos, y cuando seguí sus señalamientos noté que entre dos restaurantes había varios oficiales en un área acordonada por una cinta amarilla.

Las personas comenzaron a murmurar entre sí diciendo que se trataba de un asesinato ocurrido la noche pasada, incluso algunos hombres que leían el caso en el periódico levantaron la vista para observar la escena con sus propios ojos; se rumoreaba que la víctima había sido un pobre hombre que no pudo saldar cuentas con la mafia. Un hombre con muy mala suerte que se atrevió a robarles y terminó muy mal.

Cuando vi el taller pasar delante de mis ojos, desperté de mis pensamientos. Jalé la cuerda que hacía sonar la campana deteniendo el autobús, corrí, o eso intenté, abriéndome paso entre las personas hundiéndome en un sinfín de perfumes baratos y bajé los escalones hacia la acera.

Al poner el pie en el pavimento, a mi tobillo se dobló en un ángulo anormal, las puertas del transporte se cerraron atrapando un poco de mi cabello y, al avanzar, se llevó unos cuantos cabellos pelirrojos, y se fue lanzándome una nube púrpura de contaminación. Estornudé alejándome del gas tóxico regresando unos metros atrás desde donde el autobús me dejó para llegar cojeando a un edificio de dos pisos cuyos ventanales relucían de lo limpios que estaban, mostraban a un maniquí luciendo uno de mis últimos diseños, un vestido verde oscuro con mangas transparentes y holgadas, la falda era larga, de un tono un poco más oscuro, acompañado con un collar de perlas de imitación; un letrero tenía el nombre del negocio en letras rosa neón.

El Dominio del Rey (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora