Capítulo cuatro.

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Si de algo estaba segura, era de que este día no podía empeorar más

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Si de algo estaba segura, era de que este día no podía empeorar más. Me sentía culpable al pensar que, de alguna manera, arruiné un compromiso cuando solamente quería entregar un vestido. El hombre no había dicho nada desde la revelación, parecía analizar la situación, crear un plan antes de actuar, y tampoco me dejaba ir aún.

Era sorprendente la facilidad con la que una persona dañaba su reputación aún por motivos equivocados. Estar aquí encerrados ya era un escándalo, pero haber sido encontrada en pleno acto con una persona que no era su pareja estaba a otro nivel. Si alguien nos veía, ¿pensaría lo mismo? ¿creerían que me he metido con él el día de su compromiso?

Me froté los brazos tras sentir un escalofrío.

Repentinamente podía sentir su mirada sobre mí, como si tratara de leer mis pensamientos o analizar mi comportamiento, pero estaba sin poder articular ni una palabra después de lo que dijo. Y él, él estaba tranquilo.

Acababa de enterarse de que su novia estaba con otro hombre y a él no le importaba. O quizás era tanto su dolor que no podía siquiera reaccionar.

Como si supiera lo que estaba sintiendo, se disculpó, abrió la puerta y salió de la habitación dejándome sola. Temí que fuera a causar un desastre en la fiesta, uno que terminara con dos posibles muertes y todo por mi culpa. En ese momento me debatí conmigo misma si estaba bien o no haberle dicho la verdad, por una parte, no viviría el resto de su vida engañado, pero por otra quizás le había roto su corazón o, tal vez él sabía de todo aquello y no lo admitió por vergüenza.

La ansiedad me estaba matando, tenía que saber qué estaba pasando o salir de la villa tan pronto como fuera posible. Pero tampoco podía regresar a casa, no mientras hubiera dos personas en busca de la caja que yo poseía y que podía ser peligrosa. Me estaba quedando sin opciones y mi último recurso era hospedarme en un hotel con el dinero del vestido.

La puerta volvió a abrirse. El mismo hombre entró observándome, pero me apresuré a levantarme antes de que dijera algo.

—Disculpe, pero debo irme —dije.

—No puedo dejarla ir.

—Pero...

—No se asuste, no voy a hacerle daño —prometió.

—No diré nada, solo vine a entregar algo y a por el dinero, es todo. Puede pagar al taller si quiere, me retiraré en seguida.

—He dicho que no va a ir a ningún lado —repuso alzando un poco más la voz.

Sentí el pánico incrementar dentro de mí, su semblante tranquilo había cambiado notoriamente a pesar de que luchaba por parecer relajado. El sujeto cuadró los hombros.

—Nos vamos en quince minutos.

—¿Perdón? Creo que no estoy entendiendo.

—No hay tiempo para explicar.

El Dominio del Rey (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora