Capítulo siete.

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—Quiero salir —pedí a Carson siguiéndolo por la casa—

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—Quiero salir —pedí a Carson siguiéndolo por la casa—. Necesito ropa y artículos personales.

Después del desayuno, sus hombres se habían ido, afortunadamente junto a Samantha, Romina y Mildred también se retiraron prometiendo regresar por la noche a hacer la limpieza, por lo que aproveché para hablarle de mis necesidades al hombre con el que vivía.

—No lo sé. No me sentiría del todo tranquilo. ¿Por qué no se lo pides a Vergil? Él puede traerlo.

—Prefiero elegir lo que voy a usar, me avergonzaría demasiado si él eligiera mi ropa interior.

Carson se lo pensó un momento, pareciendo estar de acuerdo con esa conclusión.

Mi plan en un principio era intentar convencerlo de darme dinero suficiente para conseguir un nuevo teléfono y ropa cómoda, claramente no me dejaría ir sola por eso ideé un plan para burlarme de sus guardias y enviar un mensaje a Elliot: entrar al baño de mujeres y permanecer allí hasta que los policías vinieran por mí.

—Entonces te acompañaré yo mismo.

Me sobresalté.

—¿No estás ocupado? ¿No tienes nada más que hacer como planear o mandar? Lo que sea que hagan los criminales.

Él me dirigió una mirada. 

—Dinero. Hacemos dinero —repuso—. Y puedo hacerlo sin la necesidad de planear o mandar. Dame un momento, y podremos irnos.

Me dejé caer en el sofá derrotada, burlarlo a él sería más difícil, pues no dudaba que entraría al baño por mí si tardaba más de lo habitual. Pero era una oportunidad, estaría afuera, entre mucha gente, podía perderme de su vista e ir a la primera estación de policía que encontrara. El único problema que derrumbaba mis elaborados planes era que estaríamos rodeados por al menos veinte guardias bien entrenados, para ellos atrapar a una mujer con poca condición física era un juego de niños.

Tras unos minutos, Carson regresó vistiendo una camiseta gris y pantalones negros, llevaba un reloj en la muñeca izquierda y su argolla de matrimonio en el dedo. Tenía tatuajes en los brazos que antes no vi, pero mi atención se desvió al fénix que asomaba por debajo de la manga.

No estaba mirando el tamaño de su bíceps, sino el tatuaje.

—¿Nos vamos? 

Asentí poniéndome de pie.

Las tiendas no se comparaban con las del distrito bajo, había cosas que solo en mi imaginación podía tener, cosas que nunca llegaría a poder pagar con mi salario y que estaban muy lejos de mis posibilidades. Era sorprendente ver que un solo par de aretes costaba dos años de trabajo y cómo algunos tenían lo suficiente como para comprar cuatro o cinco pares.  Carson me compró vestidos, conjuntos, accesorios, así como cosas para la casa que dejó a mi elección. No era buena con la decoración de interiores ni con sus combinaciones, y no podía decidirme entre dos relojes que se veían igual, pero el color era un tono distinto.

El Dominio del Rey (#1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora