El primer encuentro

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Era un día de invierno en isla Mema, y el frío azotaba la aldea. Pero a pesar de eso, los vikingos estaban más que acostumbrados al mal tiempo.

Estoico el Inmenso le había prometido a su hijo Hipo, que irían a pescar al lago congelado cercano a la cala. Así que como tenía el día libre, había preparado una cesta con cebo para los peces y con el almuerzo. Los dos caminaban uno al lado del otro, mientras se dirigían al bosque.

—¿Papá?

—¿Sí hijo?

—¿Seguro que podremos pescar hoy? Con el tiempo que hace, el lago estará más que congelado.

Su hijo era extrañamente inteligente para su edad. Y eso le enorgullecía, pues con sus buenas ideas sería capaz de enfrentarse a su primer dragón en cuanto tuviera la edad necesaria.

—Jajaja bien dicho hijo. Pero, sí que podremos. Haré un agujero en el hielo para que haya hueco para las cañas de pescar.

—Oh, cierto.

Hipo se cruzó de brazos y los frotó con su chaqueta de pelo. Era uno de los pocos vikingos que iban muy abrigados y que no se habían acostumbrado mucho el frío.

Llegaron al sitio y su padre dejó la cesta en el suelo y cogió el hacha para hacer un agujero en el fiordo. Hipo observaba a su padre atentamente hasta que una sombra captó su atención. Miró hacia los lados para ver si lo veía. Un pequeño grito le hizo volverse hacia por dónde había venido.

Observó de nuevo a su padre y él seguía clavando el hacha en la capa de nieve. Ya casi había terminado de abrir el agujero. Sin que se diera cuenta, se escabulló y dejó solo a su padre, y se dirigió hacia el ruido que había escuchado. Cuando se acercaba, escuchó a alguien llorar y sorberse la nariz. ¿Alguien se había hecho daño?

Salió detrás de un gran árbol y volvió a esconderse rápidamente cuando vio a una niña rubia sentada en la nieve intentando mover la pierna. La niña le llamó la atención. Sería de su edad, y llevaba dos pequeñas trenzas rubias, un gorro y abrigo de pieles de un color azul inusual.

No había visto nunca a esa niña en la aldea. Bueno, tampoco es que haya salido mucho. La mayoría del tiempo se quedaba en casa o se iba bosque en busca de inspiración para sus bocetos y artilugios.

Hipo salió de su escondite y empezó a dirigirse hacia ella despacio. La niña escuchó unos pasos y giró la cabeza en su dirección. Cuando vio a Hipo, se quedó paralizada. ¿Qué hacía ese chico allí? No quería que la viera llorar. Era una vikinga, por el amor de Thor. Se limpió las lágrimas y miró a Hipo con algo de desconfianza.

—¿Quién eres? —le preguntó.

Hipo se detuvo frente a ella.

—A-ah bueno, yo... Me llamo Hipo.

A ella le sonaba muchísimo ese nombre. ¿No sería "ese Hipo" el hijo del jefe no? Tragó saliva y aguantó el dolor insoportable de su tobillo, que no le dejaba ponerse de pie. Si no hubiera metido el pie en ese hoyo, no estaría llorando como un bebé.

—Ah, ¿eres el hijo del jefe?

Hipo se sonrojó.

—S-sí. Y ¿tú? ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Astrid. Astrid Hofferson.

¿Era del clan de los Hofferson? Hipo creía recordar haber escuchado a su padre mencionar una supuesta hija,m de los Hofferson a la cual estaban entrenando desde muy pequeña para matar dragones. Gracias a Odín que su padre aún no le había obligado a entrenar.

Juntos hasta el Valhalla (Hiccstrid)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora