Capítulo 5

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Harry se pasó una mano por el pelo. Necesitaba gritar, romper algo, destrozar su habitación, golpear las paredes, salir corriendo de allí. Pero, ¿a dónde?

Hacia Louis.

No había nadie en su casa cuando había ido. Ni él ni sus padres respondían al teléfono. Ninguno de sus amigos sabía nada de él desde el día anterior, y ninguno parecía ni la mitad de preocupado. Había intentado rastrear su olor, pero se perdía irremediablemente al fondo de la calle.

Se iba a volver loco. Iba a acabar llenándole el buzón del contestador de mensajes, y podría llorar de pura rabia y frustración.

Era su culpa. Si algo le había pasado, sería culpa suya y de nadie más. Había dejado que se marchara con un alfa que apenas conocía, había decidido no seguirlos, había decidido dejar que siguiera con su propia vida. Lo había dejado desprotegido, a Louis, a su Louis, a su omega, al único omega que iba a amar nunca. Era demasiado delicado, demasiado pequeño y vulnerable, y el mundo era demasiado agresivo y peligroso. Y no lo había protegido; estaba tan obsesionado en no agobiarlo que lo había dejado enfrentarse solo a todos los peligros…

¿Qué clase de alfa soy? ¿Qué clase de alfa sería para él?

Tenía los ojos llenos de lágrimas, y le dolía el pecho. Se dejó caer sobre su cama de nuevo, desesperado. Cerró los ojos; jamás podría perdonárselo. Era el peor alfa del mundo. Ni siquiera sabía dónde estaba Louis, si estaba bien, si le habían hecho daño. Ni siquiera podía encontrar su rastro para encontrarlo, no podría acudir si lo llamara. Era un alfa débil, inútil, estúpido y confiado, y Louis había pagado por ello. Y ahora seguramente estaría en peligro, y lo único que podía hacer era lloriquear y llamar una y otra vez, dejando mensajes cada vez más patéticos.

Lo cual, pensó con ironía, debería dejar de hacer antes de decir algo inapropiado. Su mente se estaba convirtiendo en un caos de impotencia y ansiedad, y no filtraba sus pensamientos.

Por favor, ten cuidado. Por favor, por favor, pequeño, quédate a salvo. Llámame. Dime dónde estás, dime que estás bien. Por favor, Lou.

Resopló, intentando razonar fríamente. Estaba acalorado y nervioso. Sus acciones eran cada vez más compulsivas y desesperadas, y empezaban a perder el sentido. Tenía que calmarse, decidió con firmeza, esquivando automáticamente el primer pensamiento que se le vino a la cabeza. Lo único que podría tranquilizarlo en ese momento sería Louis seguro entre sus brazos.

Su teléfono empezó a sonar. Se lanzó a por él, con el corazón latiéndole con fuerza contra la garganta. Ni siquiera miró quién era; le temblaban demasiado las manos.

“¿Lou?”

“No. Harry, ¿estás bien?”

Era Liam. Se le cayó el alma a los pies.

“¿Lo has encontrado? ¿Sabes…?”

“Eh. Tranquilízate, por favor. Necesitas respirar hond…”

“No me digas lo que necesito hacer” espetó, impaciente “Lo que necesito es encontrarlo y comprobar que está bien”

Un breve silencio. Harry imaginó, con cierta culpabilidad, a su amigo intentado ignorar su tono desagradable.

“Lo siento” susurró con rapidez “No puedo… no puedo pensar en otra cosa, Liam, yo lo dejé ir. Si le pasa algo, será culpa mía. Yo dejé… yo dejé que fuera con ese alfa” casi escupió la palabra “es mi culpa. Si le pasa algo, me moriré.”

“No. Escucha, no puedes pensar de esa forma. Louis tiene dieciocho años, es mayorcito. Puede protegerse solo”

“No” tenía ganas de llorar “Es sensible y frágil y no tiene mordida, y está solo, y huele tan…”

Ahora quiero ver cómo respiras para miDonde viven las historias. Descúbrelo ahora