Capítulo 13

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Edward.

Curiara, un día después de la

Muerte de Aleck.

Todo comenzó despacio, silencioso. Un ataque certero y profundo, limpio y perfecto, como un buen asesino a sueldo. Me hallaba en el comedor de Curiara, el arca a la que me asignaron después de despedirme de Aleck, cuando un oficial que nunca había visto abrió la puerta y con pasos decididos se dirigió hasta mí. Volteé la mirada, como si pudiera hacerlo cambiar de dirección con dejar de mirarlo y hacer de cuenta que nada pasaba. Me había alejado del resto del grupo y mi mesa estaba lejos, así que le tomó un par de minutos atravesar todo el comedor y llegar hasta mí.

Recuerdo sentir las miradas de todos cuando el hombre llegó y posó una de sus manos sobre mi hombro en un gesto de confianza que yo para nada le había brindado. Me habló con suavidad para que apartara la mirada de mi insípida comida y le prestara atención. Nunca lo había visto, pero me pareció que su rostro estaba demasiado pálido.

— ¿Eres Edward? — preguntó y yo asentí con cierta desconfianza, pensé que podía haberme metido en algún problema. El hombre suspiró un par de veces antes de tomar asiento a mi lado, — El coronel, el tío de Aleck, te envía un recado.

— ¿Qué? — pregunté, con una fingida indiferencia que aquel hombre no supo leer, o no le importó.

— Me pidió que te dijera que guardaras muy en secreto lo que voy a contarte — asentí con la cabeza, sintiendo una extraña mezcla de sentimientos, ¿Miedo? El rostro de aquel hombre no auguraba nada bueno — la nave en la que partió tu amigo esta mañana para escoltar la expedición tuvo un accidente — apreté los puños sobre la mesa soltando el tenedor que cayó estrepitosamente en el suelo metálico, y al parecer mi mirada era la pregunta más difícil que hubiera tenido que responder. Tragó saliva y continuó — No sabemos qué pasó, pero les perdimos el rastro y cuando mandamos un grupo de recobro encontraron la nave estrellada en la jungla — solo tenía una pregunta en la mente, una esperanza infinita.

— ¿Y él? — casi le grité, pero me abstuve en el último segundo y hablé con calma.

— Encontraron todos los cadáveres — dijo después de una enorme pausa — todos murieron calcinados, no sobrevivió nadie.

— ¡Mentira! — esa vez mi voz supero el volumen normal, y los ruidos en el comedor cesaron.

— El cuerpo de Aleck fue uno de los primeros en ser identificados — me aseguró el hombre — el General también está destrozado, sabía que eras su amigo y pensó que tenías derecho a saberlo, lo siento — se puso de pie y se alejó, tan silencioso como vino. Comencé a sentir una opresión en el pecho, la vista se nubló, comencé a llorar en silencio cubriendo mi rostro con las manos. Todo era mentira, tenía que serlo, estaba en ese shock en donde todo era mentira, donde él seguía ahí y todo era un error.

Me puse de pie y caminé a la salida, quería gritar que era mentira, buscar a aquel hombre y golpearlo, y abrazarlo y llorar sobre él. A medio camino tropecé y caí, pero nadie se rio, varias personas acudieron a levantarme, yo quería decirles que podía solo, que estaba bien, pero el nudo en mi garganta evitaba que salieran las palabras, sentí manos amigas ayudándome a levantar, aunque no conociera a nadie. Dicen que la gente de Curiara está loca, pero es amable.

Corrí por los pacillos, buscando algo que no aparecía, golpeé algunas paredes hasta que me sangraron los nudillos y terminé en mi pequeño catre. Lloré toda la noche, y mis compañeros de habitación me dejaron llorar, nadie preguntó, nadie habló, solo mis sollozos rompían la quietud de aquella pequeñísima arca. Traté de no pensar en Marian, pero fue imposible, y lloré de solo imaginarla.

La Última GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora