Capítulo 21

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Esta noche no hay sueños, ni pesadillas, solo una oscuridad calmada y pacífica, y cuando despierto estoy acostado de lado sobre el hombro de Pol, su brazo pasa por detrás de mi cabeza y reposa en mi espalda. Está tan tibio, y el ambiente frío del lugar lo hace más reconfortante. Paso mi mano por su pecho desnudo, y de nuevo descubro esa línea de vellos que cubre sus pectorales y hace una línea delgada que se pierde en su ombligo, y lo sigo acariciando con suavidad, perdiéndome en cada sensación, en los abdominales bien definidos, y sus enormes piernas enredadas en las mías. De algo tubo que servir toda una vida de entrenar y formarse.

—No sabía que te gustaran velludos —me habla al sentir que llevo buen rato acariciándole el pecho. Me encojo de hombros.

—Nunca me había puesto a pensar en eso, solo sé que en ti me encanta —sonrío. Se voltea de lado hasta que quedamos frente a frente, me abraza y acaricia mis glúteos desnudos.

—Siempre me han gustado los hombres nalgones —suspira el olor de mi cuello —pero los tuyos siempre me han excitado sobre manera... si supieras cuantas veces me he masturbado en tu nombre.

—¡Oye! —lo empujo un poco.

—Si supieras cuantas veces he soñado amanecer así contigo —me abraza, no con fuerza, pero si con una profundidad que se me antoja cursi...y bonita. Nos quedamos así un largo rato.

Han pasado un par de días, y aunque Pol se ha desvivido por entretenerme todo el tiempo, no he dejado de pensar en las cosas que están pasando en la comunidad, en que Marian corre peligro y no puedo hacer nada. La verdad, los pequeños ratos que logro olvidarme de eso la paso muy bien, al principio tenía un poco de agorafobia, pero acá la gente no me presta atención, soy solo uno más del montón y la ciudad tiene miles de cosas por hacer. El presidente nos envió una tarjeta de plástico que paga todo lo que queramos, no sé como funciona exactamente, pero Pol no desperdicia la oportunidad de usarla para comprar helado y pan, malteadas de cosas raras e ir al cine, que es de las cosas que más me han impresionado, el proyector tiene mucha más calidad que el de Emma y la pantalla es mil veces más grandes. Hubo una película que me gustó de sobre manera, en que un grupo de humanos con poderes salvan a la ciudad de Oz de un terrorista, la vimos dos veces.

—¿Qué hora es? —pregunto después de un rato y él se encoje de hombros.

— No sé, igual vendrán por nosotros a la hora de ver al presidente.

—Tengo, un poco de miedo — suspira.

—Yo ya no —dice —No creo que nos hagan daño, no sé qué querrán, pero si quisieran hacernos algo, no nos hubieran curado, y mucho menos nos hubieran dado esta maravilla—toma la tarjeta azul y la agita frente a mi cara —acepto con un asentimiento de cabeza, le quito la tarjeta de la mano y lo miro a los ojos, a ese azul profundo, me acerco y roso mi nariz con la suya, y luego lo beso, lento y profundo. Un golpe en la puerta nos obliga a separarnos.

—Jóvenes — habla Rombru desde afuera —Ya es hora.

Pol me besa en la mejilla y se pone de pie.

Rombru nunca nos deja solos, va a cualquier parte con nosotros sin perdernos pista, me recuerda a cada rato que no estamos de vacaciones y parecemos más como prisioneros con privilegios. Recuerdo la cara que puso la primera noche, cuando Pol le dijo que yo no necesitaba otra habitación, que dormiría con él. Creo que es la única vez que lo vi sonreír. Mi cara se puso tan roja.

—Hay mucha gente en la calle — dice Pol — y mucho ruido, lo vi esta mañana, las ventanas no dejan entrar el sonido, ¿te imaginas? Ventanas que no dejan entrar el ruido —lo observo vestirse —no me morbosees, Aleck, no somos novios todavía —se ríe y me pongo de pie.

La Última GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora