Parte cinco La viuda negra

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Parte cinco: La viuda negra

Capítulo 20

Siento una sensación fría en el estómago, como un vacío, como caer.

—Rosa... Rosa dos — nadie contesta al otro lado, así que me quito el auricular y lo meto en uno de los bolsillos. Cierro los ojos y respiro. Soy un soldado, me han entrenado toda la vida para situaciones como esta —Físicamente —me digo en voz alta —me han entrenado físicamente, no sé cómo pensar — pienso qué haría Aleck, qué haría mi padre... Ellos no se rendirían, supongo, no sin dar la pelea. Doy media vuelta y comienzo a caminar de nuevo por los pasillos, las bombillas de color blanco le dan un especto claustrofóbico, ¿o soy yo?

Cuando llego de nuevo a la pequeña oficina, el guardia está en la misma posición en que lo dejé. Recuerdo el camino, claro que lo recuerdo, solo tengo que deshacer mis propios pasos y salir a la jungla, y rogar que las máscaras y el oxígeno aún estén ahí. Camino hasta la puerta y tengo el pomo de ella en la mano cuando recuerdo las cámaras de seguridad, tal vez por ahí logre ver por dónde vienen los guardias. Camino hasta los monitores y comienzo a observar las decenas de pantallas en él, en busca de algo, pero no veo nada, en las calles hay mucha gente, demasiada. En uno de los monitores veo una chica gorda que me recuerda a Lúa, y pienso en cómo le estará lleno, si a ella también la habrán abandonado. Cuando observo a la chica morena que la acompaña, me doy cuenta que no es una chica gorda que se parece a Lúa, es Lúa y Jina, y aún tienen sus maleta.

—Diablos —susurro, veo que en la parte inferior del monitor dice Plazoleta Principal. Me retiro de allí y camino hacia el guardia, busco entre su ropa y saco su arma de dotación y una pequeña linterna. Observo el arma, es distinta a las que he conocido, más moderna y con un funcionamiento similar, me servirá. Voy a salir cuando siento voces que se acercan, por suerte la puerta abre hacia adentro y cuando la abren quedo escondido entre ella y la pared. Dos guardias entran y auxilian al que está en el suelo, que me mira con unas enormes ganas de delatarme. Le hago el gesto de silencio con el arma en vez del dedo y me escabullo aprovechando que los otros dos me dan la espalda y salgo corriendo hacia la puerta de la calle que han dejado abierta. Cuando salgo, lo primero que hago es chocarme con una chica, y ambos caemos al suelo. Aprovecho la pequeña confusión de los transeúntes para esconder el arma entre el pantalón.

—¿Estás bien? —le pregunto a la muchacha ayudándola a poner de pie, ella me mira.

—Estoy super bien, ojalá me atropellaras más seguido.

—¿Disculpa?

—Olvídalo —mueve la mano restándole importancia, tiene la piel muy blanca, y sus ojos son intensamente verdes.

—¿Podrías decirme hacia dónde queda la plazoleta principal? —le pregunto evitando que el nerviosismo se me note. Ella sonríe.

—Te lo digo si me das tu número de teléfono.

—¿Tele qué? —sonríe con desgana y señala detrás de mí.

—Sigue por ahí, hombre a la antigua, te darás cuenta cuando llegues. Ni siquiera te voy a preguntar por qué no conoces la plazoleta, eso es raro.

—Claro que la conozco —digo tratando de imitar su acento—solo que estoy un poco perdido, gracias —me alejo dándole la espalda.

—De nada, ¡oye! —la miro —la próxima vez que nos veamos me tienes que dar tu rutina para glúteos.

—Seguro —sigo caminando, esto es peor que Curiara.

En mi camino a la plazoleta me topo con unos cuantos guardias, pero parezco un ciudadano más, así que pasan de mí. Ridículamente siento el arma fría contra mi piel, ¿qué se supone que voy a hacer con ella? Jamás he matado a nadie, no sé si pueda hacerlo.

La Última GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora