Capítulo 16

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Aleck

Días, horas ¿Quién puede saberlo? Solo sé que llevo lo que parece una vida entera caminado por una jungla espesa, con un tobillo casi roto, y cientos de cortadas infectadas que me hinchan la piel al punto de hacerla parecer como millones de sanguijuelas gigantes pegadas a mí. El palo que encontré por ahí para sostener el peso del tobillo "roto" ya me ha sacado barias ampollas en la mano. De nuevo siento hambre, y a pesar de que hay abundante agua por todas partes, no he encontrado nada de comer en días, y siento ya la debilidad que se me escurre por todo el cuerpo. Siento mi cabello enredado y los ojos hinchados, cada vez siento que camino más despacio y así no podré llegar a ningún lado. Me detengo un segundo ante tal pensamiento y lo analizo, ni siquiera hay a donde ir, la jungla puede extenderse por decenas de kilómetros a mi alrededor, y ni siquiera voy hacia un punto fijo, solo camino, y ya, antes buscaba un punto alto para ver si podía encontrar la montaña donde estaba Oz, pero ahora ya no sé ni lo que hago.

Después de un rato decido tomar un descanso junto a un pequeño arroyito, tomo un poco de agua y me quedo un largo rato observando a un pájaro que me mira detenidamente.

Las preguntas comienzan allegar como una ola gigante y abrumadora, ¿por qué nos atacan? ¿Quiénes nos atacan? ¿por qué aún estoy vivo? Las aparto todas a un lado, no puedo contestarlas y no quiero que me atormenten más, ni las preguntas ni el recuerdo de Pol. De vez en cuando me descubría parado, mirando un punto a la nada y pensando en él, en sus manos grandes, en sos profundos ojos azules, en la succión de su boca en mis labios, en por qué desaproveché el tiempo a su lado.

El sol ya va a ocultarse, lo sé porque todo parece estar más oscuro que cuando me senté, así que decido ponerme de nuevo en pie y seguir caminando, pero por error comienzo la marcha con el pie enfermo y el pinchazo de dolor me hace perder el equilibrio, y el palo que uso de bastón se enreda en la manga de mi camisa evitando que ponga la mano en el suelo, y mi cara golpea en una roca plana parecida al cemento, justo en la parte de la hinchazón. Lanzo un grito tan fuerte que me hiere la garganta, sé que me ayuda a liberar adrenalina, y de paso descargo la rabia. Cuando me estoy poniendo de pie resbalo y me golpeo una hinchazón en el brazo. Maldigo en todas las formas posibles, descargo la rabia, la impotencia y el desespero golpeando el suelo con el palo que momentos antes me servía de apoyo y ahora se ha convertido en mi enemigo, y lo hago hasta que las lágrimas ya no me dejan ver, ¿de nuevo llorando? Me digo.

Me dejo caer en el suelo, mirando a las estrellas, pensando en que la estrella que más brillante es Pol, que me grita desde allá arriba que no me rinda...Pol. En su sonrisa antes de morir es lo último que pienso antes de que el cansancio me lleve a inquietantes sueños de promesas rotas, y angustias interminables.

............... ........... .................

La luz me hace daño en los ojos cuando abro los parpados, así que los cierro y me quedo ahí, analizando mi situación del día de hoy; me duele mucho más el cuerpo que ayer y tengo más hambre. Trato de abrir los ojos para incorporarme, pero la hinchazón bajo mi parpado no lo deja abrir bien , me giro sobre mí mismo hasta que quedo boca abajo y me ayudo con las rodillas. El palo que me servía de bastón yace hecho pedazos junto a mí, pero guardo un rencor profundo hacia él, así que lo dejo ahí y comienzo una caminata lenta y tortuosa hacia ninguna dirección, y no llevo más de media hora cuando lo escucho, lejano.

En las arcas no se permitía tener ningún tipo de animal como mascota, son innecesarios y hay que alimentarlos, pero cada arca tenía su propia granja y allí había perros, y aunque no soy muy fan de ellos, los he visto lo suficiente como para reconocerlos.

Los ladridos se acercan, ¿una manada de lobos? No, no hay lobos en la jungla ¿o sí? Todos mis sentidos se ponen en alerta, los que quedan, y trato de adivinar de donde viene el sonido, pero no puedo, mi cerebro está atrofiado y lento.

Comienzo a dar vueltas tratando de encontrar una ruta de escape, tal vez subirme a un árbol, pero la jungla se cierra a mi vista, y cuando freno en seco, lo primero que veo es a un hombre que me apunta con un arma.

—Tranquilo — me dice — no te haré daño — me quedo ahí, mirándolo, es alto, de cabello negro y piel muy blanca, no creo que pase de los cuarenta años de edad.

—Yo— trato de decir, pero me cuesta hablar, ¿hacia cuanto no pronunciaba una palabra? Sus palabras retumban en mi mente ¿no te haré daño? ¿pero, entonces, porque me apunta con el arma si no me quiere hacer daño? En aquel momento me doy cuenta que tengo el cuchillo tan apretado en la mano que los nudillos están blancos como el papel. El hombre me apunta mientras observa el cuchillo en mi mano, ¿Lo dejo? ¿no lo dejo? Como confiar en esta persona, ellos mataron a Pol. Si son de Oz podrían curarme e intercambiarme por algo con mi tío —Soy —no puedo hablar, ¿Cómo les diré que soy el sobrino del general? Tal vez me maten por ello.

Finjo que aflojo el cuchillo, y cuando el hombre me mira de nuevo al rostro, lo lanzo con las pocas fuerzas que tengo, haciendo acopio de todos los años de práctica; a mi vienen recuerdos de cientos de cuchillos que se dirigen a una diana de franjas negras y blancas, pero ahora no hay una diana, ahora hay un hombre que es el destino final del cuchillo. Al parecer sí estoy demasiado débil, ya que el hombre reacciona e interpone su arma en la trayectoria de la mía, y queda clavado cerca del gatillo.

Me lanzo al suelo para tratar de encontrar alguna piedra, cuando escucho el ladrido del perro a mis espaldas, y luego el impacto en las costillas. Caigo boca abajo, y me pregunto que se sentirá ser una estrella en el cielo, luego el mundo se vuelve confuso y difuso, y la oscuridad llega como un consuelo y un descanso.  

La Última GuerraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora