Tienes que creerme

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No sabía dónde me encontraba. Todo estaba oscuro y silencioso, solo podía escuchar mi respiración agitada. Sentía miedo. Estaba sola y eso no era bueno, nunca lo sería.

No estaba segura de si debía quedarme quieta y sin despegar los pies del suelo, o si por el contrario, lo mejor que podía hacer sería correr y ver a donde llegaba.

Me moví con mucha lentitud, con sutileza intentaba mirar a mi alrededor sin éxito alguno. No veía nada, ni si quiera los dedos de mis manos.

¿Qué demonios estaba ocurriendo? ¿Cómo había llegado a ese lugar?

Comenzaba a desesperarme, estaba angustiada y necesitada de saber qué sucedía.

¿Estaba muriendo? ¿Me había quedado ciega?

No tenía idea de nada en absoluto.

De pronto la oscuridad comenzó a desvanecerse muy lentamente y ahora por lo menos podía distinguir mis pies posados en el piso.

Me quedé quieta hasta que el efecto pareció terminarse y entonces me di cuenta de donde estaba. Me quedé paralizada unos instantes, pues no podía creerlo. Me llevé los dedos a los ojos y me tallé un par de veces.

La visión seguía siendo la misma.

Frente a mí se encontraba el lujoso portón con acabados dorados que sostenía aquella señal con fondo negro y letras color oro y que exclamaba abiertamente: “NEVERLAND”, en mayúsculas.

Me tomé un momento para analizar las cosas y releer detenidamente aquella señalización.

N-E-V-E-R-L-A-N-D.

No cabía duda. Estaba ahí otra vez.

La puerta estaba abierta de par en par, así que no lo pensé demasiado y entré corriendo al lugar.

Pronto experimenté aquella magia nuevamente. Cerré los ojos un instante para respirar el aire fresco que emanaban los árboles y disfrutar de la bella sensación que solo ese lugar podía hacerte experimentar; cuando volví a abrirlos me di cuenta de que no podía seguir perdiendo el tiempo, debía encontrar a Michael y eso haría.

Las piernas me temblaban y tenía algunas dificultades para andar debido a ello; estaba nerviosa y ansiosa por verlo, debía encontrarlo rápido, algo me decía que tenía que hacerlo.

No dudé demasiado, sabía exactamente donde podía encontrarlo a pesar de que el rancho era inmenso. Agradecí al cielo el hecho de que al parecer no había olvidado ningún rincón de Neverland, por lo que estaba segura de que no me perdería camino al sitio donde suponía iba a encontrar a Michael: su árbol favorito.

Esta vez intenté tranquilizarme.

Dejé de correr para comenzar a andar de una manera mucho más tranquila, más… civilizada. Me llevé las manos a la cabeza para acomodar mi cabello y entonces continué con el camino tal cual lo recordaba. Observé el lago y entonces me di cuenta de que me estaba acercando. No tuve que caminar mucho, pues más pronto que tarde estuve a unos cuantos metros de aquel árbol en el que Michael y yo habíamos pasado varias tardes charlando, ese en el que mientras veíamos la puesta del sol, yo había aceptado por primera vez que lo amaba y se lo había dicho así tal cual lo sentía, de frente.

Me quedé en silencio en el instante en el que divisé su figura en esa misma rama. Tragué saliva sin saber bien qué debía hacer ahora. Lo observé atentamente sintiendo un nudo en la garganta.

Estaba sentado, miraba el cielo sin apartar los ojos de él ni un solo segundo. El cabello largo y suelto se le revolvía lentamente al suave compás del viento y justo en ese momento yo no era capaz de escuchar otra cosa que no fuera el acelerado latir de mi corazón.

El pasado es historia [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora