Porque te mira de la forma en la que yo lo hago

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No aguantaba más, no podía concentrarme en otra cosa que no fuera el estúpido ardor en mi garganta. Levanté la almohada en busca de mi teléfono celular y lo encendí para ver la hora: las 6:20 de la mañana.

Bien, era una buena hora.

Di un salto de la cama, me puse las pantuflas y me paré frente al espejo de cuerpo completo, inmediatamente éste me regresó mi reflejo. El cabello alborotado fue lo primero que llamó mi atención así que simplemente me lo acomodé lo mejor que pude con las manos. No lucía tan horripilante después de todo.

Busqué mi bolso y saqué de él un billete, acto seguido lo coloqué en el bolsillo del pantalón de pijama que tenía puesto y fui escaleras abajo.

Necesitaba tomar algo para el dolor en ese instante si no quería enfermarme de verdad, sin embargo no era una opción para mí despertar a Michael y pedirle que me consiguiera alguna medicina. Él debía dormir tanto como pudiera, esa era una parte clara e importante para rescatarlo de su destino.

Me había dado cuenta de que cerca de la mansión había una farmacia abierta las 24 horas, lo sabía porque había prestado muchísima atención a ese detalle, pues obviamente estaba enterada de lo que se decía de Michael y su necesidad por sustancias que lo ayudaran a dormir, claro, siempre suministradas por Murray, a quien por suerte no había vuelto a ver en muchos días.

Me pareció una buena idea salir yo misma a comprar lo que fuera que me quitara el ardor y me dejara dormir al menos una hora más, al fin y al cabo nadie me conocía, no iba a suponer un problema... Tal vez Michael tendría que permanecer ahí dentro a menos que una multitud de guardaespaldas caminaran a su lado, pero yo era simplemente Helena, ¿Qué alboroto podía causar?

Me importó poco vestir pijamas, y aunque odiaba profundamente salir a la calle en blusa de tirantes, hoy no objeté, era muy temprano por la mañana, para mí no estaba fuera de lugar.

Cuando abrí la puerta principal, me di cuenta de que el sol todavía no se dignaba a asomarse, el cielo continuaba siendo gris y la luna se escondía tímidamente entre algunas nubes que solo me dejaban observar una pequeña parte de ella.

Caminé con prisas hasta el portón y lo abrí evitando hacer ruido; una vez fuera, me percaté de que algunas personas paseaban a sus mascotas mientras daban una caminata vistiendo sus pijamas, eso me hizo sentir mejor.

No me demoré en llegar a la farmacia donde el dependiente me vendió un frasco de vidrio café con algunas pastillas para el dolor dentro. Fruncí el ceño al tomarlo entre mis manos, en México venían en cajas, ese frasco solo me recordaba al Dr. House y su vicio por el Vicodin. Ahora me sentía como él.

Le agradecí al hombre y me di la vuelta, riéndome de mi misma por la dirección que tomaban mis pensamientos. Estaba loca, en serio que lo estaba.

Tardé un poco más de la cuenta en llegar a la mansión de Michael, pues por un momento me sentí perdida, sin embargo logré ubicarme antes de ponerme histérica.

Abrí el portón de nuevo y lo cerré a mis espaldas cuando al fin estuve de regreso. Caminaba con tranquilidad mientras jugaba con el frasco de las pastillas en mi mano, eso hasta que mi mirada se posó en la figura que me observaba desde la puerta, hablando por celular.

Tragué saliva. Michael se había despertado y ahora estaba ahí, mirándome volver.

Separó el auricular del teléfono de su oído y lo metió en su bolsillo, luego caminó hacia mí con el rostro inexpresivo.

Me asusté.

-       ¿Está todo bien, Michael? – pregunté visiblemente preocupada.

-       ¿Dónde estabas? – me miró molesto.

El pasado es historia [Michael Jackson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora