Capítulo 25 - La Segunda Bruja

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Como esperaba, el intento de la Bruja de la Noche que encontramos en el Convento de Santa Clara de disuadir a la Organización de interferir en sus asuntos, no tuvo ningún efecto. Al día siguiente, Almeida me llamó para investigar otro portal.

En el otro lado de los portales que atravesamos en los días siguientes, no encontramos nada relevante. ¿Por qué las Brujas de la Noche habían creado aquellas travesías? No teníamos forma de saberlo. Tal vez estaban relacionados con ataques abortados o sólo eran para observación y reconocimiento.

Sólo uno se mostró remotamente interesante, ya que llevaba hasta un punto cerca de la orilla del río Lima, en las afueras de Viana do Castelo. Seguramente fuera de allí que habían lanzado el ataque al reino del Rey de los Islotes; pero, en aquél momento, no nos ayudaba mucho.

Finalmente, uno de los portales nos llevó a un lugar de oscuridad absoluta. Encendimos las linternas y luego nos dimos cuenta que nos encontrábamos en un túnel. Las paredes, el techo y el suelo estaban formados por bloques y losas de granito.

Estábamos demasiado profundo para que funcionaran los GPS y, sin una abertura por la que mirar, no teníamos forma de saber en qué parte del país (o quizás del mundo) nos encontrábamos.

El túnel se extendía en dos direcciones, por lo que Almeida eligió una al azar y comenzamos nuestra exploración. Sabiendo de nuestro encuentro con goblins y criaturas aún peores, y de la muerte de sus compañeros en Vila do Conde, los soldados de la Organización ataron sus linternas a sus armas y avanzaron con éstas en ristre.

Habíamos caminado poco más de cien de metros cuando nos encontramos con los primeros habitantes de aquél túnel. No se trataban de trasgos, goblins o cualquier otra criatura que hubiésemos encontrado antes. Después de aquella misión, los llamamos trogloditas, porque eran vagamente parecidos a humanos, pero tenían cabezas chatas sin ojos y piel extremadamente pálida.

Aparentemente, detectaron nuestra presencia antes de que los viéramos, porque avanzaban con armas de madera y sílex en nuestra dirección. Así que se acercaron, nos arrojaron lanzas y piedras afiladas, sin embargo, estas armas primitivas nada podían hacer contra los cascos y el otro equipo de protección que empezamos a usar después de la expedición a Vila do Conde. No obstante, las armas automáticas de los soldados de la Organización, no tenían ningún problema en matar a los trogloditas. Un par de ráfagas los derribó a todos.

Pasamos por encima de sus cuerpos y continuamos nuestra exploración.

El túnel cambió de dirección poco después. También empezó a descender, aunque con una inclinación muy sutil.

Avanzamos durante más de quince minutos, siempre en línea recta, antes de ver el final del túnel. Éste parecía desembocar en una caverna natural, pero no fue hasta que llegamos allí que nos dimos cuenta de la verdadera dimensión de ésta.

El techo se elevaba unos veinte metros sobre nuestras cabezas, muy por encima de lo del túnel, y las paredes se encontraban centenas de metros hacia los lados y adelante de nosotros. Había estalactitas y estalagmitas en varios lugares, y entre ellas serpenteaban caminos de tierra comprimida por cientos de pies. Aunque, al principio, no vimos ninguno, era obvio que los trogloditas frecuentaban aquél lugar en gran número.

Los soldados de la Organización formaron un perímetro alrededor de mí y de Almeida, y, con cuidado, empezamos a explorar la caverna.

No tardamos en encontrar a los primeros trogloditas. Un grupo de seis se reunía detrás de una estalagmita, hablando. Su lengua parecía extraña y primitiva a nuestros oídos, pero por la forma como hablaban, parecían tener una conversación trivial.

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