Capítulo uno. "Piruetas que desconciertan".

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¿Qué puberto no darían lo que fuera por estar en el Parque Midorín un sábado por noche?

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¿Qué puberto no darían lo que fuera por estar en el Parque Midorín un sábado por noche?

Debido a sucesos de lo más criminalísticos, y de origen desconocido, los menores de dieciocho años, tenían prohibido salir de sus casas a partir de las diecinueve horas.

Se decía por ahí que un asesino andaba suelto, ya que, varios jóvenes permanecían desaparecidos en el correr de un año.

Evelyn, en cambio, solía desobedecer las normas legales. A sus dieciséis años de edad, la joven Cataleyos, habría infringido más de un toque de queda. Sus padres, en un intento de contener su ánimo de rebeldía, le prohibieron ver a su novio, Mitchel, durante una semana. Sin embargo, ésta empecinada y muy avivada muchacha, logró convencerlos de su treta actoral; fingiendo, que ese día, a la una de la madrugada, estaría en su dormitorio; ofendida y sollozando.

—¿Qué mierda me puede importar a mí Mitchel?— se preguntó para sí—. Es un maldito engreído y mimado. La única razón de que esté saliendo con él es que formamos un pacto para que nuestras familias pensaran que íbamos bien encaminados.

El joven Mitch, es muy aplicado en el instituto, pero tenía un defecto que podría costarle hasta su beca en Yale: se drogaba con cocaína. Cosa que nadie sabía excepto la joven Evelyn, que resguardaba sus historias de encuentros en heladerías, parques, e inclusive en la misma casa de los Cataleyos, a cambio de que él la ayudase con las tareas de Matemáticas y Ciencias.

Por suerte para ella, el hecho de que sus padres la reprendieran, no sería un impedimento para poder hacer de las suyas. Huyendo de su casa, con mucha discreción, a través de la ventana del segundo piso, procedente de su habitación, la joven se lanzó hasta el árbol que le tapaba la vista, descendiendo por éste, hasta llegar al suelo. Dando vuelta a la manzana para encontrarse con sus compañeros de fiesta.

En una esquina se encontraban Bryan, de unos veinte, y Jennifer, de diecinueve —ambos expertos en el arte del callejéo— esperando dentro de una camioneta Volksvaguen negra, perteneciente al padre del chico.

Encaminados ya hasta el Parque, la joven Cataleyos comenzó a prever los porvenir que implicaban llegar hasta el lugar sin cédula de identidad.

—Oye, ¿tienen mi identificación falsa?— preguntó la protagonista a Bryan, que manejaba con la mano derecha, mientras que el otro brazo lo apoyaba en la ventanilla, al buen estilo badboy—. Saben que tendré que volver a casa si ese no es ese caso.

—Tranquila, querida. Tenemos todo resuelto.— Jen extendió su mano desde la parte trasera del vehículo para aproximarme el decumento falso.

—¿Están jodiéndome? ¿Veintiuno?— Ambos amigos rieron a carcajadas mientras que Evelyn fruncía el ceño, disconforme —. No se la van a tragar, idiotas; aún tengo cara de niña.

Jen la observó estudiosa—. Tiene razón, Bryan. Luce como una bebé.

—Por supuesto que es una bebé, tiene dieciséis y es virgen— expresó Bryan, abriendo la guantera del auto para sacar un neceser rosa de adentro—. Ten, Ev, maquíllate— sugirió, y ella así hizo.

La Novia del Escort. © //EnEdición//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora