Capítulo nueve. "De reencuentro en reencuentros".

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—¡En tu puta mierda, Wagner! ¡No me pienso quedar aquí!— increpa colérica nuestra protagonista

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—¡En tu puta mierda, Wagner! ¡No me pienso quedar aquí!— increpa colérica nuestra protagonista.

Evelyn, que se encontraba hospedada en la casa de Amanda, discutía con su cuñado, que trataba de convencerla para que se quedaran allí hasta que pensaran algún plan para escapar, pero la joven Cataleyos discrepaba con esto. Ella quería vivir en la libertad que le permitía una sociedad normal, y no una regida por el mandato de una suegra impuesta.

—Tranquila, Evs. Ya veremos el modo de largarnos, pero antes debemos  toda oportunidad de vivir en libertad. Además, al ayudarte, hizo que la confianza que Dante le había perdido se reforzara.

—¡Mierda! Me quiero largar. Siento que mi madre corre peligro aquí. Hasta el bebé corre peligro aquí.

—¡Querrás decir; tu bebé!— corrigió, un tanto perspicaz.

—Mi bebé; el bebé de tu hermano; tu sobrino; como quieras llamarle. Fue algo que me clavaron, no algo que yo elegí. Si lo voy a tener por lo menos quiero hacerlo en un espacio donde no me sienta tan hostigada, tan controlada— suspiró pesadamente, y, sin mediar más palabras, salió de la habitación para proceder a tomar un tentempié en la cocina.

Al llegar vio que había una cámara de frío al costado del refrigerador, y, como no podía ser de otra manera, dada su naturaleza curiosa, decidió explorar lo que contenía su interior.

Giró sobre su propio eje para percatarse de que nadie la observaba. Se aproximó cautelosa hasta la maquinaria, sujetó la palanca que activaba la puerta, y, con un grandísimo esfuerzo, la jaló para sí haciendo que se abriera pesadamente.

Lo que vió allí la dejó helada (literal y metafóricamente); colgados de cebos, se encontraban enormes trozos de carne. Algunos de procedencia reconocida, como el de las vacas, u ovillos, y otros de apariencia extraña, con forma indefinida y realmente grandes. A uno, inclusive, le habían dejado media cabeza, y su ojo desorbitado emanaba tortura posmortem; la forma de su hocico no le era para nada conocido; y la protuberancia sobre el oxipucio lo hacía lucir aterradoramente deforme.

—¿Buscabas un aperitivo?— La voz burlona y cínica de Catalaggio hizo a Evelyn sobresaltarse.

—¡Maldito!— dijo Evs que se llevó la mano al pecho tratando de controlar su exaltación— ¡No te aparezcas así!

—¿Así cómo?— preguntó mientras sacaba un energizante de la heladera—. ¿Así de hermoso?

—Veo que la arrogancia es familiar— expresó irónica, rodando los ojos.

—La arrogancia— tomó un trago de la bebida—; la belleza— se aproximó a Evs, sinuoso—; y los gustos.

Evelyn sintió su cercanía incómoda, como si de verdad fuese un familiar el que se le estuviese insinuando. Él avanzó de a un paso sobre ella y ésta retrocedió hasta dar con la puerta. La mano de Cat se posó detrás de Evs para sujetar la palanca sin dejar de mirarla a los ojos de manera insidiosa, con su sonrisa ladina. Sin esfuerzo ninguno cerró la gran puerta de metal. Volvió su vista a su cuñada-nuera, le colocó un mechón de cabello suelto detrás de la oreja, y la tomó de la barbilla.

La Novia del Escort. © //EnEdición//Donde viven las historias. Descúbrelo ahora