Una puTA DE MI FACEBOK DECIA DILDO GRATIS JUEGAS
, me condujo a una página con un fondo verde y un botón rojo que decía "Comprar". Aunque pensaba que me estafarían, tenía mucha curiosidad.
Tardó una semana. No obstante, recibí un pequeño paquete, que contenía dos bolsitas. Una con el juego que no era la edición esmeralda, sino la roja, y la otra con una vieja Gameboy de las originales, cuya pantalla se encontraba un poco rasgada. La publicidad había sido una estafa. Sin embargo, inserté el juego en la consola.
Para mi sorpresa, exceptuando por que el juego se había saltado la introducción al menú, este no tenía errores. Ya había una partida creada. El entrenador se llamaba "No escape" y, aunque había obtenido todas las medallas, no poseía siquiera la pokédex. Al escogerla, la pantalla centelleó y dejo ver el mensaje: «La partida está dañada».
Creé mi propia partida. No obstante, la pantalla parpadeó, y aparecí en mi cuarto. Bajé las escaleras, y apareció un cuadro de texto con puntos suspensivos y las opciones "Sí" y "No". Elegí esta última. Sin embargo, cada vez que lo hacía, el mensaje reaparecía. Así que, sin más remedio, opté por la respuesta afirmativa, y la pantalla volvió a destellar. En ese momento, sentí como si alguien me acuchillase en la espalda y me desmayé.
Al despertarme, me hallaba en un cuarto idéntico al del juego, y todo parecía irreal. Supuse que soñaba. Descendí las escaleras de mi cuarto a la sala de estar, para notar de que mamá no estaba. Me dirigía a la salida, cuando alguien gritó: «¡¿Eh!? ¡¡¿Qué diablos piensas que haces!!?».
Al voltear, mi madre me observaba furiosa alzando un cuchillo. En ese momento, me apuñalo en el brazo desmembrándomelo para hacerme experimentar el peor dolor que he padecido jamás. Corrí fuera de casa. Al parecer, la sangre había parado de brotar de mi brazo, que dejó dolerme. Caminaba hacia la hierba alta, cuando profesor Oak me interrumpió.
—Imbécil, ¿para qué te acercas a la hierba alta si sabes que primero necesitas de un pokémon? ¿Eh? —Hizo una pausa y continuó—. No llores, maricón. Ven conmigo. Te daré tu puto pokémon.
No me había percatado, pero lagrimas recorrían mi rostro. Era normal, pues estaba atrapado en aquel juego. Lo seguí a su laboratorio. No obstante, al llegar, sus pokémon yacían fuera de pokéballs chorreando sangre.
—¿Quién demonios hizo esta atrocidad?
—Yo —respondió Red mostrándose—. Tú no me quieres dar tus pokémon. Así que me llevaré el que tienes en tu bolsillo. —Asesinó al profesor y colocó su mano en el bolsillo de este para retirarla con una pokéball y, acto seguido, señalarme con el cuchillo—. Tú te salvas por el momento.
Red se fue, y, luego de unos momentos, al salir del laboratorio, advertí que toda la gente del pueblo Paleta había muerto. Sus cuerpos permanecían tendidos en charcos de sangre. Me apresuré a la hierba alta. No obstante, mi visión se ennegreció unos momentos, y comparecí en pueblo Lavanda. Se reproducía, desde algún lugar, una melodía distorsionada. Muros imaginarios bloqueaban todas los caminos permitiéndome solamente avanzar hacia la torre Pokémon.
Múltiples lápidas con nombres escritos. No los leí todos, porque me apuré a subir las escaleras. La canción comenzó a oírse al revés. Un nebuloso pasillo recto a la izquierda. Conforme lo atravesaba, reparé en que en el suelo se encontraban echados cadáveres ensangrentados y destripados. Al final, había otra lápida. Mi visión se nubló, y me desfallecí.
Al levantarme, me hallaba en mi habitación. La Gameboy yacía a mi lado y ponía «Juego terminado».
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