Ella iba a matarme.

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No recordaba haberme despertado en la pesadilla, pero estaba segura de que esto era una cruda realidad.

Sentí algo húmedo en mi frente, me coloqué la mano para verificar que era y una gota cayó en la misma. Miré mi torso de la mano con los ojos entrecerrados, y por un momento pensé que lo que había caído era sangre, hasta que me di cuenta que aquel lugar estaba iluminado con una luz rojiza, casi rubí.

Miré a todos lados, intentando familiarizarme con el lugar, pero todo lo que veía eran paredes, suciedad y humedad. Frente a mí había unos barrotes oxidados y sentí asco al mirarlos.

Estaba tirada en el suelo, advertí, y me recargué en mis codos, sintiendo algo grasoso en estos.

Seré sincera, esto era una pocilga. Parecía ser la cárcel de un calabozo antiguo, en muy malas condiciones.

Sentí asco al estar ahí. Pero esperen un segundo, ¿cómo coño llegué aquí?

—Hey—hablé, intentando gritar, pero lo único que salió fue una especie de gruñido gutural que me irritó la garganta. Tragué audiblemente y me aclaré la garganta en un esfuerzo por poder hablar más alto aún— ¡Hey!, ¿hay alguien ahí?

Nadie respondió y no sabía exactamente quién esperaba que respondiera.

Lo único que podía ver era el lugar donde me encontraba. Pero frente a mí, todo se tornaba oscuro. Sólo podía quedarme ahí, en mis codos, imaginando toda especie de animales e insectos de alcantarilla que pudiese haber ahí.

Mi cuerpo se sentía agarrotado y cuando intenté sentarme, mis músculos dieron un grito de protesta. ¿Qué demonios?

— ¿Disfrutas tu estancia?

Miré hacia arriba al escuchar aquella voz y, en un espanto repentino, de mi mano derecha salió una bola de fuego que dio directo a los barrotes.

—Hey, cuidado, fiera—continuó hablando aquella voz, con cierto tono burlón que me hizo molestar. La voz sonaba afeminada, dulce y calmada, pero era esa especie de voz que sientes que esconde algo con cada palabra que escuchas de su boca. Forcé la vista, intentando ver algo más allá de los barrotes, pero una silueta recortada apenas era perceptible a mis ojos, levemente iluminada por la luz rubí de aquel sitio.

— ¿Quién eres? —pregunté con cautela, y con la voz algo ronca debido al creciente pánico que se establecía en mí. ¿Dónde estaba Lance?

—Tu noviecillo no está aquí, cariño—habló, como si estuviese leyéndome el pensamiento tras la leve memoria de Lance. Y súbitamente los recuerdos llegaron a mí. Él y yo, la sombra, Cole, mi cuerpo congelándose, “Te encontraré, Perl, lo juro”. Parpadeé, sintiéndome aterrada por el hecho de estar, literalmente, secuestrada por una especie de “mafia” de Lunarum.
— ¿Qué quieres de mí? —titubeé, no muy segura de con quién estaba hablando exactamente. ¿Por qué secuestrarme?, ¿por qué no ahorrarse la molestia y matarme ahora mismo?
—Oh no, cariño, no pensamos hacerte daño—respondió como si estuviese leyendo nuevamente mis pensamientos. ¡Pero qué mierda! —Al menos no por ahora.

Ante sus últimas palabras, me estremecí. ¿Qué querían de mí, de Lance, de todo esto?

— ¿Quién eres? —cuestioné nuevamente, pero solo recibí una risita suave en respuesta.
—Pronto lo sabrás. Ahora, necesito que vengas conmigo. Te necesito.
— ¿Para qué?

Escuché el chirrido del metal contra el suelo, y los barrotes se movieron hacia afuera. Unos pasos se escucharon y una figura se alzó ante mí. Una mujer, con el cabello en tonos blanquecinos, largo y suelto, una piel pálida pero joven, unos ojos azules medianoche, un vestido azul celeste hasta los tobillos, y unos tacones adornaba sus pies. 

La mujer era hermosa, casi un ángel. Casi. Pero tenía esa mirada que te incitaba a confiar en ella, de una forma perversa; y esa sonrisa, que parecía benévola, pero si mirabas bien parecía que tenía dobles intenciones. Me estremecí ante su presencia y ella me tendió una mano, ayudándome a levantarme. Pronto me sentí como una fea hormiga al lado de ella.

—Pronto lo sabrás—me dijo respondiendo mi pregunta, finalmente. Y me guió por el pasillo oscuro, tomándome del brazo, como si conociera el recorrido de memoria, sin aminorar ni una vez el paso a pesar de que yo daba traspiés cada cinco segundos. Por un momento me sentí tranquila, pero no podía parar de pensar que en cualquier momento me haría daño, y mis sentidos de supervivencia Solem salían a la luz. Mi cabello pareció flamear, iluminando el camino. Ella no pareció perturbarse y me sonrió como si nada malo pasara.
—Bien, necesitaremos eso—me dijo, continuando con el recorrido hasta llegar a un lugar con una luz blanca cegadora que me hizo cerrar mis ojos por un largo momento.

Cuando abrí mis ojos, todo era una especie de lluvia de nieve. Todo era completamente blanco. Y tardé en darme cuenta que aquello parecía una especie de habitación que utilizan los hospitales psiquiátricos para aquellos lunáticos que usan camisas de fuerza. Mi estómago se retorció.
— ¿Qué es este lugar? —pregunté, intentando alejarme de su agarre, pero ella se mantuvo impasible, con su mano sobre mi brazo. Sin escape. La mire, para encontrarme con sus ojos azules medianoche y una sonrisa calmada en su rostro de porcelana.
—Tu perdición—susurró como si estuviese contándome algún secreto. Lo único que pude pensar es que ella estaba demente.

Miré su mano sobre mi brazo, la cual comenzó a congelarme el mismo y mis sentidos se pusieron alerta. Me convertí en una masa de fuego y ella se convirtió en una maquina lanza hielo.

—Esto será divertido—me dijo dulcemente mientras comenzaba a atacarme con lanzas de hielo del tamaño de un camión.

¿QUÉ DEMONIOS?

Lancé bolas de fuego que no sabía que ahora podía hacer. Era como si hubiese hecho esto toda la vida. Nada comparado con mi entrenamiento con Ginger.

Mi cuerpo flameó y, de mis manos, logré formar una especie de látigo de flamas que golpeaba a diestra y siniestra contra su cuerpo de muñeca. Ella los esquivaba todos como si no le costara nada, y reía como loca, como si esto fuese un puto juego. Me golpeó algo en el rostro y tardé en comprender que se hallaba frente a mí, golpeándome con un puño de hielo. Mi mandíbula comenzó a sangrar y logré crear una cuerda de fuego alrededor de su cuerpo, quemándola y haciéndola soltar un chillido adolorido. Pero comenzó a reír y fue como si nada le pasara. Me molesté y comencé a lanzar bolas de fuego más grandes, que ella seguía esquivando. Pero yo no podía esquivar sus lanzas de hielo que me cortaban la piel cada dos por tres.

Grité, sintiéndome furiosa por el hecho de no poder darle ni una sola vez y junté mis manos, convirtiéndome en una lanza llamas. Las llamas alcanzaron su cuerpo y su piel empezaba a quemarse, comenzó a gritar de dolor y sonreí complacida con mi progreso.

Pero luego me di cuenta de lo que estaba haciendo. Podría matarla. Podría quemarla, incinerarla y reducirla a cenizas.

Ante este pensamiento, mis llamas se apagaron y caí en el suelo. Semi-desnuda debido a mi ropa quemada y desgarrada. Y la miré, viendo su piel chamuscada y rojiza, sangrienta y al rojo vivo. Chillé viéndola de esa forma. Su piel pálida parecía ser únicamente músculos quemados. Casi un Freddy Krueger. Pero la sonrisa seguía ahí.

Su piel comenzó a moverse, y sus ojos se pusieron blancos. Comenzó a recuperar su piel, con la misma palidez, como si no estuviese quemada hace cinco segundos, y rápidamente volvió a ser ella. Tenía una cara de loca en su rostro pálido y bello de nuevo. Su vestido quemado, volvió a ser el mismo y yo me preguntaba como mierda lo hacía.

Ladeó su cabeza, y mientras ella me miraba, sentía que me faltaba el aire, que me costaba respirar y que estaba completamente cansada y adolorida.

—Bienvenida al infierno, cariño—exclamó alzando los brazos y riendo como niña pequeña.

Que loca me ha venido a secuestrar.

Y en ese momento tuve miedo. Porque ella parecía una loca desquiciada, queriendo hacerme llegar a mi límite. Y finalmente matarme.

Matarme. Ella iba a matarme.

Sol y Luna.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora