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Tzuyu veía desde su ventana a los jóvenes salir de sus casas, subirse a sus autos, e ir de fiesta con un grupo de gente de su edad probablemente

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Tzuyu veía desde su ventana a los jóvenes salir de sus casas, subirse a sus autos, e ir de fiesta con un grupo de gente de su edad probablemente.

Ella anhelaba estar así, si tan solo la vida le hubiera bendecido con otros padres, tal vez estaría haciendo eso.

Su madre era alcohólica, por lo que un fin de semana, nunca se la encontraría en casa. Su padre era un drogadicto, quien cada vez que tenía oportunidad, se aprovechaba de la menor y la obligaba a hacer cosas que ella no quería, pero si se negaba, él la golpeaba, así que no tenía escapatoria.

Su casa era una de dos pisos, su habitación estaba en el segundo, por lo que desde el balcón que tenía, miraba todo.

Esa noche llevaba un pantalón corto con unas medias que le llegaban hasta las rodillas, y un buzo que le quedaba bastante largo.

Por esa noche, había pensado en escaparse para ir a una fiesta, por lo que se había maquillado y todo, pero al verse al espejo, se dio tanto asco, que lo terminó golpeando, logrando así lastimar su mano.

Estaba sentada en el suelo de su balcón llorando, mientras vendaba su mano, puesto que consiguió cortarse un poco.

De momento, su llanto cesó al oír la puerta delantera abrirse.

Había vuelto.

¡Tzuyu, hija mía!, ¡¿alguna vez te dije que eres muy bonita?! — Gritó desde la planta baja.

Ella se asustó, en su voz podía oírse que no sólo estaba drogado, si no también borracho, lo cual indicaba peligro. Solo piénsenlo, un sábado, donde todos salen, ¿quién podría ayudar a una adolescente de tan solo 17 años?

Abrazó sus piernas, y se dispuso a esperar lo peor, pero un pequeño coraje que apareció de repente, se lo impidió.

Por impulso, se levantó de allí, y puso traba a la puerta, justo a tiempo, puesto que empezó a escuchar los pasos en la escalera y los golpes de su cuerpo al chocar con la pared.

Por suerte, su cuarto estaba al final del pasillo, lo que le daría tiempo a... ¿A qué?

No sabía qué hacer, ¿debía matarlo?, ¿defenderse?, ¿hablarlo?

¡Escapar!, pensó al fin.

Tomó la soga que tenía en su armario, la cual anteriormente estaba por usar para acabar con todo eso, pero que al final no usó, y la ató al borde del barandal, miró por última vez su dormitorio antes de irse; no pensó en sacar algo de allí, no quería nada que le recordase al infierno donde vivió durante su maldita vida.

Bajó por la soga, y una vez en el suelo, salió a correr, ignorando por completo los gritos de su padre que le exigían abrirle la puerta.

Solo corría y corría, dejando que las lágrimas se apoderen de ella, hasta que llegó un punto donde se cansó de tanto huir, por lo que ahora empezó a caminar para regular la respiración.

(editando) ¬ 365 Fresh ¬Donde viven las historias. Descúbrelo ahora