Decisiones

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La oscuridad de sus pensamientos caló muy profundamente en su ser. John, el hombre que amaba le mintió en la cara. Todas eran palabras vacías, sentimientos delatores, infamias esparcidas en el aire y otros tantos adjetivos que no tenían nombre.

Todo cambió en un día, nada era suficiente para mitigar su dolor. Samantha se había abierto nuevamente al amor, aún sabiendo que era inalcanzable, pero quería creer que sí lo era, como lo sentía, era un turbión en sus venas... Pero ahora la desangraba.

—¡Porque soy castigada de esta forma! ¿Es por tener pensamientos impúdicos hacia mi hermano?— se preguntaba una y otra vez, mientras caminaba en círculos en su habitación. Habían pasado dos semanas desde aquel funesto acontecimiento y ahora John se casaba por la obligación que cargaba en sus hombros, pero sobre todo porque iba a ser ¡Padre!— ese hijo debió ser tuyo y mio— murmuró en me dio de su llanto.

Cuando finalmente pudo tranquilizarse, le vino una idea a la cabeza, ya no quería y debía sufrir más. Le pediría a su padre, que la enviase al extranjero algún país alejado en Europa o mejor aún ingresar a un convento y expiar sus culpas. En días no recorrió los pasillos de la casa, por miedo a encontrarse a John, pese a que sus habitaciones eran en alas diferentes, si lo veia no sabría que hacer, por lo que prácticamente salió a hurtadillas de su habitación con dirección al despacho de su padre. Para cuando entró su padre, el viejo Duque  estaba sentado frente a una pila de documentos y parecía que no sabía por dónde comenzar, cada papel parecía las importante que el otro, o al menos las gesticulaciones de su rostro hacia denotar tal situación.

—Padre— dijo a voz de susurro

Por primera vez en días su padre elevó la mirada para observarla.

—Sami, me alegra tanto saber que por fin has abandonado tu habitación y te has unido a nosotros— haciendo una mueca de felicidad.

—Paaadre, debo decirle algo— mientras se agarraba las manos

—¿Que es lo que pasa Samantha?— levantándose del escritorio y caminando hacia su hija.

—Soy muy miserable, debo confesarte que desde que me plantaron en el altar no volví hacer la misma muchacha risueña, ya no tengo sueños— dando un largo suspiro, lo cierto es que no sufría por su fallido compromiso, sufría por su hermano, por su maldita tentación. Pero obviamente, jamás podría decirle a su padre que estaba enamorada de John de alguien que decían que era su hermano, pero ella muy en el fondo quería creer que las cosas no eran así y solo era una terrible pesadilla.

Su padre abrió los ojos como platos y una lágrima recorrió su mejilla, jamás prestó atención a los sentimientos de sus hijos, a ninguno y ahora uno de ellos estaba atrapado en un matrimonio poco conveniente y la otra sufriendo desde hace años por un amor no correspondido.

—¿Que puedo hacer por ti hija?— con tono conciliador.

—Dejame marcharme, por favor envíame fuera de Londres donde pueda respirar tranquilamente y no sienta que me axfixio al recordar mis desgracias.

Lord Armitage, sopesó las palabras de su hija y sin refutar su decisión asintió. Samantha, lo abrazo como en años no lo había hecho.

—Gracias papá.

—Hija, quiero que te vayas a Francia con Teresse.

—Con la ¿Tía Teresse?— rompiendo el abrazo y mirándola perpleja. Teresse era una mujer bastante peculiar, había perdido a muchos amores, tres para ser exactos y desde eso prácticamente era una ermitaña. Pero tal vez, es lo que necesitaba en ese momento. —Esta bien, padre ¿Cuando  puedo marcharme?

— Sami, me apena que te marches, es por tu bien, debes curar tus ideas y estoy seguro que cuando lo hagas volverás con los tuyos... Con tu familia. Hablaré con tu madre, seguramente pondrá reparos, le explicaré las circunstancias en las que emprendes este viaje. Ahora Sami, hazme un favor ve al jardín y atiende a tus flores que sin tí se marchitan.

—Lo haré— saliendo del despacho con dirección al jardín.

A veces el destino, no pone a dos personas en el mismo sitio, momentos después de que Samantha abandonó el despacho entró John, hablar de su situación y a disculparse una vez más con su padre por su imprudencia. Era el último día que se quedaba en la casa familiar.

—Padre.

—John, toma asiento— extendiendo la mano en señal de que lo haga.

—Gracias, como sabes me marchó hoy.

—Si lo sé, me duele que todo esté de esta forma y hoy he perdido a mis dos hijos.

—¿De que hablas?— frunciendo el ceño.

—Samantha, se marcha a Francia— con tono alicaído.

—¿Que? Es una niña, no debes dejar que vaya— apretando los puños.

— Es un tema cerrado, que no tengo porque discutirlo contigo.

John, se tragaba la rabia, aunque no la tuviera anhelaba tenerla cerca simplemente para contemplarla y dar paz a su corazón, lejos su corazón sufriría, seguía siendo egoísta.

—Padre, recordé que tengo un asunto pendiente, vuelvo en un momento— caminó estripitosamente y busco desesperadamente a Samantha, quién estaba apoyada en uno de los pilares de la casa.

—Sami, podemos hablar— haciendo que ésta gire al punto de tropezarse.

—¿Que es lo que quieres?— dijo  con tono melancólico.

—Padre, me dijo que te marchas. No puedo permitir que lo hagas— sujetándola del brazo.

—¿Quién te crees que eres? ¿Mi dueño?— riendo irónicamente.

—Si lo soy. Soy el hombre que amas— ajustando aún más su agarre.

— Amaba— dando un suspiro— Querido hermano— sus ojos destellaban fuego y lo único que John observó fue desprecio y odio.

Inalcanzable AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora