Capítulo 8

3.6K 326 8
  • Dedicado a Marisol Toledo Laporte
                                    

― ¿Tienes fotos de tu esposa, Ángel? —lo saqué de su admiración ante pleno mar desde el muro rocoso donde nos habíamos sentado. Unos metros hacia abajo y se llegaba a la arena, unos metros más y morían las olas. Soplaba el viento con fuerza y atrás de nosotros llegaban un par de autos, gente que venía a recrearse en los restaurantes y a disfrutar de la playa de Piedra Larga, tan solo a unos minutos de Manta.

― Uhmm... ¿cómo dices?

― ¿No tienes fotos?

― Bueno... Eh... No tengo —titubeó—. Solo la recuerdo en mi cabeza.

― ¿Cómo era?

― Rubia —contestó rápido—. Como de tu estatura, estaríamos hablando de un metro setenta. Tenía ojos de color café y le gustaba jugar tenis.

― Mmm...

No me convenció enseguida. Ya era raro que no tuviera fotografías, y en ese momento pareció que mentía. ¿Qué más sabía de su esposa? Nada. Ángel había sufrido tras su partida hacía cinco años, donó sus cosas y se mudó. Eso era todo.

― No hablas mucho de ella, te preocupas más por otros, recién me doy cuenta de eso, Ángel.

― Porque ya tuve tiempo para curarme.

― Pero cuéntame más de ella.

― Eh... —suspiró profundamente— Ella era muy tierna... —se esforzó en recordar— Reía mucho... Le gustaba cocinar... Amó con intensidad...

― Querrás decir «te amó con intensidad».

― Ahmm... sí, eso.

― Dime algo, cambiando de tema —hablé después de un silencio—, ¿dónde estudiaste el colegio?

― Juan Montalvo.

― ¿Universidad?

― Estuve en Guayaquil, en la católica.

― ¿Por qué te fuiste?

― Alguien me necesitaba... —balbuceó, pero alcancé a entender, de todas formas quise cerciorarme.

― ¿Qué dijiste?

― Solo aproveché la oportunidad de conocer otra ciudad. Te diré, Mía, que te sorprenderías de la cantidad de lugares en los que he estado.

― ¿Te gusta viajar?

― Sí... Hay cosas maravillosas en todas partes... Además, así han resultado las disposiciones...

― ¿Disposiciones?, ¿de qué o de quién?, ¿de qué hablas?

― Ahmm... —se sacudió— No, no, no —sonrió—, olvida lo que dije, no prestes tanta atención.

― A veces... eres raro.

― ¿Te parece? —rió.

― Lo siento, tenía que decirlo.

― Tú y tu sinceridad, Mía. Es una buena cualidad, solo hay que saberla regular.

― ¿Te refieres a mentir?

― No, sino a saber callar cuando es necesario.

― Okay, ya entendí la indirecta.

― No, no, es solo un comentario, no tiene que ver con lo que dijiste. Son mis momentos filosóficos.

― Oh...

― ¿Quieres comer algo?

― No, quedémonos un poco más.

Cuando no estásDonde viven las historias. Descúbrelo ahora